Ça m’a tôuché
La sensibilidad hacia lo real, a veces, permite intervenciones como la que hizo una mujer que se lleva bien con el inconsciente. Esto lleva su tiempo, como la fractura de muñeca que me está obligando a dejar plantado mi escarabajo amarillo en el garaje.
Comencé a tirar del taxi para desplazarme al lugar donde recibo la rehabilitación. Por una casual coincidencia, en varias oportunidades, tropecé con la misma taxista; una mujer que le daba un toque especial al corto trayecto, esos diez minutos, que dura la ruta desde mi casa al Centro de rehabilitación.
Cuando llamo cada día a Radiotaxi-Las Palmas para solicitar el servicio de recogida y veo que es ella, no disimulo mi satisfacción. Me hace agradable el trayecto con su ingenio y sentido humor, algo que se agradece cuando se está dolorida y físicamente fastidiada.
Una de las veces, me contó lo que le había sucedido el día anterior en el taxi, cuando un hombre de unos 70 años, le solicita un servicio en dirección al norte de la Isla. Pasados unos kilómetros, el hombre, le especifica el lugar concreto de su destino: el Puente de Silva.
El Puente de Silva, al Norte de Gran Canaria, es un gigantesco viaducto, famoso por su modernidad y perfección constructiva, uno de los más altos de Europa, con un tramo de seis kilómetros y 106 metros de altura. Pero también debe su fama a ser uno de los lugares preferidos por los suicidas que se quieren defenestrar.
La taxista oye el destino y con un decir alusivo, sin saber lo que está diciendo, así, como por el aire y con deje canario, dando al decir el tono y su estilo, comenta:
– ¡Ah!, ahí van todos a suicidarse, pero no todos lo logran, algunos se quedan lisiados para siempre.
De pronto, un gran silencio. Escuchar este comentario hace reaccionar al pasajero que de inmediato parece querer posar los pies en la tierra, diciendo:
– ¿Le importa que demos la vuelta?
– No, demos la vuelta, dice ella.
El suicida, con gesto de apuro, le confiesa que sólo trajo dinero para el taxi de ida, no había pensado en el regreso.
Ella, de forma lacónica, sin pensarlo tampoco, le dice:
-Usted ha pagado un billete de ida y vuelta.
Zanja ahí el asunto.
El viajero añade algo más:
– Ahora, espero llegar a tiempo a mi casa, antes de que regrese mi mujer y encuentre la carta que le dejé en la cocina.
Él buscaba un acto logrado. Ella introduce una incertidumbre, “no todos lo logran”. Él la escucha. La taxista, sin el respaldo de un guión, sin ningún lenguaje protocolar, sino dejándose guiar por su relación con el inconsciente, devuelve la vida a aquel hombre, convirtiendo un enunciado en una enunciación que evitó un pasaje al acto, que el mejor de los psicólogos habría monitorizado con preguntas estándar desentendiéndose del sujeto.
Nosotros sabemos que el inconsciente está en lo que se dice. No está en ninguna profundidad sino en la superficie de lo que decimos, siendo aquello que nos hace decir lo que decimos.
Lacan ha enseñado que el malentendido forma parte de la comunicación humana, es constitutivo de ella, de modo que el sujeto puede ser responsable de lo que dice, pero no de lo que el Otro escuche o entienda. Esto se da porque el sentido de lo que se dice, no lo determina el hablante, sino el otro que escucha. Esto rompe con cualquier teoría de la comunicación.
Hubo una cuarta coincidencia, con la taxista, en la que le hice saber lo acertado que me pareció su proceder con aquel hombre suicida.
– Lo dije sin pensar – dice ella. Digo muchas cosas sin pensar, y no vea usted la de apuros que paso a veces. Hace poco, fui a comprar unas pantallas para mis mesas de noche. Me fijé en una pantalla- se está refiriendo a una tulipa, como decimos aquí- que estaba expuesta en el escaparate. Pues bien, entro en la tienda, miro a los ojos del muchacho- se refiere al dependiente- y le digo: ¿Tiene pareja? Él se quedó traspuesto, en treinta y tres. Nos quedamos mirándonos un rato, él con cara de susto, y yo diciéndole: “Es que, si no tiene pareja, no me la llevo”. ¡Qué vergüenza!, pasé en ese momento. ¡¿Qué pensaría el muchacho?! Yo me estaba refiriendo a la pantalla.
Lo que cuenta esta taxista tiene la estructura del witz, el ingenio de la histeria en su relación con el inconsciente y con la lalengua. Se trata aquí de todo un acontecimiento del decir. El encuentro con una taxista renueva la alegría de poder escuchar el inconsciente.
¡Sin duda, aún hay histéricas!
Josefa Rodríguez Pérez,
Psicoanalista en Las Palmas de Gran Canaria
josefarope@gmail.com