Enunciación
Óscar Ventura
«Lo que hablar quiere decir» nos introduce con un golpe certero en el territorio de la enunciación, que probablemente es lo más misterioso y enigmático que se pone en juego en la experiencia analítica, tanto que Lacan afirma que «Un enigma, como su nombre lo indica, es una enunciación tal que no se encuentra su enunciado»1. Su relieve y sus efectos, en tanto conciernen a la lógica misma de la relación del sujeto con la palabra, están presentes desde el principio hasta el final de la cura.
Momentos de enunciación
Se pueden puntualizar distintos momentos de la enseñanza de Lacan en la que aborda la cuestión de la enunciación. Desde el seminario de Las psicosis y el texto De una cuestión preliminar hasta su última enseñanza hay siempre una constante: la enunciación es efecto de una falla, en primera instancia de una falla en el campo del deseo, y, en un momento posterior, de una falla radical con respecto a la disyunción que se establece entre el goce y la palabra. Dicho de otra manera, situada en la lógica de la economía psíquica, la enunciación, de una manera u otra, es efecto de una pérdida de goce.
A partir de la construcción del grafo del deseo, Lacan da cuenta de una formalización inédita de la enunciación. Desde la primera lección del Seminario 5 Las formaciones del inconsciente, ya produce la distinción entre enunciado y enunciación a partir del análisis del Witz freudiano del famillonario. Y continúa en el Seminario 6 El deseo y su interpretación, donde, en el transcurso de sucesivas lecciones, da cuenta del desplazamiento del sujeto del enunciado al sujeto de la enunciación. Hay distintas reformulaciones del grafo, hasta que encuentra una versión final en el escrito «Subversión del sujeto y dialéctica del deseo». Lacan se empeña en situar una lógica de la enunciación a partir de articular los dos niveles del grafo. En el primer piso encontramos la dimensión del enunciado, solidario a las formaciones del inconsciente, donde el sujeto recibe del Otro su propio mensaje de forma invertida. Este piso encarna el estatuto del Otro del lenguaje y abrocha la significación a partir del punto de capitón, donde el Nombre del Padre facilitaría la significación. Todas las operaciones metafóricas y metonímicas se ubican en este nivel.
No obstante, en esta articulación hay que considerar que el Otro como tal es tributario de una falta, ya que la ausencia que allí se aloja es la condición que permite a Lacan inscribir la enunciación en el segundo piso del grafo. La condición por la cual la enunciación se establece implica este agujero en el Otro. La fuga en el sistema de representaciones no puede más que alojar allí lo que en el decir, como tal, es innombrable. La enunciación, en este sentido, es lo que bordea ese espacio, donde no existe el significante que pudiera dar cuenta de lo que es el campo libidinal del sujeto. Ese innombrable tomará aún más consistencia a partir del Seminario 10 La angustia, cuando Lacan hace emerger el objeto a, extranjero y heterogéneo al sistema de representaciones del Otro. El pasaje de un piso al Otro, del enunciado a la enunciación, implica una disyunción irreversible entre el sistema de las representaciones del sujeto y su tiempo libidinal.
En un primer tiempo de la formulación del grafo, la enunciación estaba vehiculizada por la determinación inconsciente y articulada a la dialéctica del deseo. Pero, en la medida en que el Otro se vuelve inconsistente, Lacan empieza a elucidar la dimensión de la enunciación articulada a lo real.
Un real de la enunciación
La reformulación conceptual que Lacan opera a partir de su última enseñanza, permite poner en perspectiva la articulación de la enunciación con lo real y con el cuerpo. A partir del Seminario 20 Aún, Lacan instituye un desplazamiento que es radical para captar un nuevo estatuto de la enunciación. Y es el que va del Otro del lenguaje al cuerpo como Otro, solidario también del pasaje del inconsciente a lalengua.
Si el inconsciente estructurado como un lenguaje queda reducido a un aparato de goce, la enunciación no puede más que orientarse en establecer el fracaso de lo que en el lenguaje no deja de equivocar. Y esa equivocación es tributaria de una reacción, que solo se inscribe como una irrupción en el acontecimiento del cuerpo. Y tal vez ese impacto sea el índice clínico más preciso que tenemos para dar cuenta de que la enunciación queda anudada a un real propio para cada cual. Podríamos decir que el sintagma de Lacan el «misterio del cuerpo hablante»2, podría hacer eco con el misterio mismo de la enunciación; porque se trata justamente de que, en última instancia, no hay forma del decir que no implique las coordenadas de la inexistencia.
Si el ser del lenguaje tiene vida es justamente por la falla estructural a que el lenguaje mismo está sometido. «Por el lenguaje, vida es algo completamente distinto de lo que se llama simplemente vida. Lo que significa muerte para el soporte somático tiene tanto lugar como vida en las pulsiones que dependen de lo que acabo de llamar la vida del lenguaje. Las pulsiones (…) dependen de la relación con el cuerpo (…) además de que el cuerpo tiene agujeros. Es incluso, según la opinión de Freud, lo que habría debido encaminar al hombre hacia esos agujeros abstractos que conciernen a la enunciación de lo que sea»3.
Y hacía allí, hacía ese territorio de los agujeros pulsionales, se encamina el acto analítico. El corte, vehiculizado por el cuerpo mismo del analista, concebido como la forma más radical del acto, ofrece la posibilidad de producir cambios en el registro de la enunciación y de ordenar la economía libidinal de otra manera. Opera al nivel del enunciado y objeta el sentido que el enunciado mismo pretende atrapar.
La experiencia clínica permite percatarse de ello en las secuencias en que se pueden aislar pasajes que dan cuenta de un franqueamiento y que tienen como efecto una nueva modulación de la enunciación. No son banales los momentos en que se pueden precisar cuando un sujeto pasa, por ejemplo, de la queja al síntoma, de la culpabilidad a la responsabilidad, de una caída identificatoria a la asunción de un modo de gozar, y así hasta el final, hasta el punto mismo de la certeza de que «lo más fundamental de la lengua consiste en que se crea al hablar»4.
Si la enunciación es lo que hace lazo de una manera auténtica, es porque su registro solo es concebible en la medida en que el cuerpo es conmovido por un decir singular, que no se ampara en ninguna representación ni en ningún sentido. Inclusive sin enunciado que la sostenga.
Óscar Ventura,
Psicoanalista en Alicante
o.ventura@oscarventura.net
Notas:
- Lacan J., El Seminario, libro 23, El Sinthome, Paidós, Buenos Aires, 2006, p. 65. ↑
- Lacan J., El Seminario, libro 20, Aún, Paidós, Buenos Aires, 1981, p.158. ↑
- Lacan J., El Seminario, libro 23, El Sinthome, op.cit., p. 146. ↑
- Miller J.-A., El ultimísimo Lacan, Los cursos psicoanalíticos de Jacques-Alain Miller, Paidós, Buenos Aires, 2014, p. 86. ↑