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Lo que hablar de la época quiere decir

Manuel Montalbán Peregrín

Comienzo con una cita recurrente de Jacques Lacan que se ha convertido en estribillo esencial cuando queremos reivindicar la actualidad de nuestra práctica, pero que, por ello también, corre el riesgo de desconectarse del marco de enunciación presente en el texto original, esto es, “Función y Campo de la Palabra y del Lenguaje en Psicoanálisis”1, de 1953. En aras de una simplificación de la expresión, muchas veces decimos “estar a la altura de la subjetividad de la época”, cuando, en puridad, se trata de “unir a nuestro horizonte la subjetividad de la época”. La expresión “a la altura” puede confundir, pues consiente en otorgar a la subjetividad epocal carácter de Otro. Cito:

“Mejor pues que renuncie quien no pueda unir a su horizonte la subjetividad de su época. Pues ¿cómo podría hacer de su ser el eje de tantas vidas aquel que no supiese nada de la dialéctica que lo lanza con esas vidas en un movimiento simbólico? Que conozca bien la espira a la que su época lo arrastra en la obra continuada de Babel, y que sepa su función de intérprete en la discordia de los lenguajes.

Para las tinieblas del mundus alrededor de las cuales se enrolla la torre inmensa, que deje a la visión mística el cuidado de ver elevarse sobre un bosque eterno la serpiente podrida de la vida. Permítasenos reír si se imputa a estas afirmaciones el desviar el sentido de la obra de Freud de las bases biológicas que él hubiera deseado para ella hacia las referencias culturales, que la recorren. (…) Hemos querido únicamente recordaros el a, b, c desconocido de la estructura del lenguaje, y haceros deletrear de nuevo el b-a, ba, olvidado, de la palabra.”

Babel, espira, mundus, serpiente podrida de la vida… J.-A. Miller2 nos muestra la vertiente esotérica de esas alusiones que convocan al Freud más antropológico y menos biologicista, maestro de la sospecha sobre el progreso civilizatorio y la falsa conciencia racional. Si nos dejamos acompañar por H. A. Murena3, coetáneo de Masotta, esas referencias podrían señalar la situación decadente de la cultura occidental, por fuera de esquemas de pensamiento agotados. Partir de estos párrafos me parece una oportunidad muy generosa para desarrollar brevemente tres parejas de conceptos, nombre del padre-patriarcado, sujeto-subjetividad y hablar-decir.

¿Cuál es la época de Lacan? Podemos considerar a Lacan, como a Freud, un adelantado a su tiempo. Esta anticipación no se comprende, en toda su amplitud, sin incluir a Lacan en el París de la década de 1960 y 1970, convertido en foco cultural mundial, donde se consolidaba, en gran medida con su inspiración, reconocida o no, una operación compleja de deconstrucción de la autoridad tradicional, dadora del sentido precedente, identificada con el patriarcado y sus expresiones. Es una cuestión que, junto a la reactualización de la pregunta freudiana sobre qué quiere una mujer, acompañará a Lacan a lo largo de toda su enseñanza. Así afirmará en el Seminario 17: “Cuando entro en el campo del discurso del amo, el padre está castrado desde el origen”4. La verdad del discurso del amo está enmascarada.

La castración se despega de lo anecdótico desde el momento en que Lacan considera que el padre no es más que un efecto del lenguaje, y la castración, una operación efecto de la incidencia del significante, no tanto una operación de amenaza personificada en el padre. Por tanto, hablamos de una función esencialmente simbólica, sólo concebida desde la articulación significante localizada en el punto de almohadillado que para el sujeto organizan sus significaciones.

A partir de aquí, avanzaríamos en la comprensión de que el Nombre del Padre pertenece al campo del lenguaje y a la función de la palabra. Mientras tanto, el patriarcado como régimen conduce a un marco de ordenación y dominación social que históricamente, al menos en los tres últimos siglos, ha ido mutando hacia su porosidad contemporánea.

Están ya disponibles las coordenadas para iniciarse en ese “Lo que hablar quiere decir”, que Lacan menciona en un pasaje del texto “Variantes de la Cura-Tipo”5. Un “quiere decir” con doble sentido, según se refiera a lo que el hablante quiera decir, por medio del discurso que nos dirige, o, por otra parte, lo que el discurso enseña sobre la propia condición del ser hablante. Una disyunción entre el hablar y el decir, el significante y el significado.

Lacan reserva en esa cita al analista el poder discrecional del oyente, del après-coup que parte del que escucha en el esquema lacaniano básico de la comunicación, para llevarlo a una segunda potencia. De esto, el analista es responsable.

El sentido del discurso reside, entonces, en el agente de escucha, que en su devolución condiciona que una serie de significantes emitidos queden en un mero blablablá, o se reciban como discurso cargado de sentido. El receptor acoge, o rechaza, avala la condición de sentido. Es más, la propia identidad del sujeto que habla depende de la acogida de quien recibe el mensaje.

Pero esta segunda potencia no es condición de dominio, como pudieron mal-entender algunas corrientes postfreudianas, ofreciendo la identificación al analista como salida terapéutica. Más bien al contrario, como J.-A. Miller6 indica, cuando rememora los consejos que Freud en 1912 dirige al analista novel. En concreto, primará la escucha sin preocuparse por fijar, ni hacer esfuerzo de memoria. Lo que es necesario aparecerá en el momento en que haga falta. El segundo consejo se deduce directamente de esto: no tomar notas durante la sesión sino después. Se trata de una disminución de la memoria voluntariosa como herramienta en la práctica, pues esa inscripción ya implicaría una elección de sentido. Frente a ello, confiar en el inconsciente, en la pasión por la ignorancia del analista. Freud renuncia a que en el discurso analítico el saber sea el significante amo, que el discurso analítico acabe convirtiéndose en discurso universitario, del que se distingue, en términos lacanianos.

Esthela Solano-Suárez7se preguntaba recientemente, ¿Cuál puede ser la consistencia de una palabra llevada a esa segunda potencia? Tal vez sea una palabra tomada al vuelo, y, de ese modo, despojada del denso contexto donde se refugian las coartadas del sujeto. Una palabra que se resista a la suposición de una comprensión literal de "lo que quiere decir" quien nos habla, y dirige su discurso a quien se supone un saber. El analista opera con una apuesta, esa suposición, y la transforma en preocupación por los matices, los detalles, el poder alusivo de la palabra. Más que devolver un sentido cerrado fundamentado en el campo del significado habitual de una palabra, el analista señala lo fallido de "lo que se quiere decir", como indicio del inconsciente. Introducir al sujeto en esa manera de leer lo que habla, abre la dit-mensión del decir y permite instalarlo en el discurso analítico.

¿Cómo se lleva esto entonces con unir a nuestro horizonte la subjetividad de la época? Evidentemente, no cabe duda de que Lacan considera que las épocas se suceden y que cada época se define por una subjetividad. ¿Qué es la subjetividad de una época? Miller recurre al “espíritu de los tiempos”, el Zeitgeist hegeliano. Hurga, sin embargo, en la noción de subjetividad, y se pregunta, ¿Qué diremos “una subjetividad” o “la subjetividad”? La subjetividad de la época comporta claramente un conjunto y luego está mi pequeña subjetividad, la pequeña subjetividad de cada cual, que trata de orientarse en esta época dada. No se trata de “La subjetividad” para cada sujeto, porque sujeto e individuo no son sinónimos. Sujeto es el negativo del individuo que se designa con valores, características y atributos, pues lo que llamamos sujeto remite a un vacío.

Se podría aventurar que “La Subjetividad”, con mayúscula, no existe para el sujeto, uno por uno. La subjetividad apunta pues a ese escenario referencial, efecto de las relaciones de poder construidas históricamente que pueden hacernos olvidar, aplastar la dimensión estructural de la constitución del sujeto en su singularidad.

Estar entonces “a la altura de la subjetividad de la época” es, hoy en día, distinguir subjetividad y sujeto, acoger esta hiancia entre significante y significado. En el sujeto hay una fractura incurable, una división incurable, un real fuera de sentido, y en escucharlo, y hacerlo escuchar, radica el acto subversivo, antipatriarcal, de la cura analítica.

 

Manuel Montalbán Peregrín

 

Notas:

  1. Lacan J., “Función y campo de la palabra y el lenguaje", en Escritos I, Siglo XXI, Buenos Aires, 1988, p. 309.
  2. Miller J.-A., web de la Asociación Mundial de Psicoanálisis, Curso de la Orientación Lacaniana, Punto de Capitón, clase de 24-06-2017. También en Polémica Política, Gredos RBA libros, Barcelona, 2021, p. 33.
  3. Murena H.A., Visiones de Babel, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2002.
  4. Lacan J., El seminario. Libro 17: El reverso del psicoanálisis. Paidós, Buenos Aires, 1992, p. 106.
  5. Lacan J., “Variants de la cura-tipo”, en Escritos I, Siglo XXI, Buenos Aires, 1988, p. 318.
  6. Miller, J.-A., óp. cit., p. 33.
  7. Solano-Suárez E., “Un désir de psychanalyse issu de sa propre cure”.