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El inconsciente, aún. Resonancias más allá del sentido

Josep Maria Panés

El inconsciente, ¿aún?

Poner en interrogantes el aún que, en el título, afirma la vigencia del inconsciente, responde a la inquietud que expresa el Texto de presentación de las XXII Jornadas de la ELP. Ya en su primer párrafo hace referencia a “la virulenta insistencia de los discursos contemporáneos que buscan desestimarlo bajo la consigna del “yo fuerte, la resiliencia, la gestión o el empoderamiento del individuo”1.

Nada más cierto: la virulencia de esos discursos no solo está al servicio de su propagación, sino que apunta siempre contra el psicoanálisis. Y su estilo es el del discurso en cuya atmósfera han surgido y proliferado: el discurso capitalista, distorsión del discurso del amo, del que Lacan no dudó en señalar su parentesco con la psicosis: “Lo que distingue al discurso del capitalismo es esto -la Verwerfung, el rechazo fuera de todos los campos de lo simbólico (…) de la castración"2.

El supuesto “yo fuerte” no es sino una caricatura del tipo de sujeto que promueve el capitalismo contemporáneo -sin límites, sin vergüenza, sin freno en su afán de “monetizar” la vida- que insiste en presentar sus crisis, sus encuentros con la castración, como disfunciones que el especialista sabrá cómo resolver. Pero la resiliencia, si existe, es la del goce, que por más que se pretenda reformarlo, educarlo o deformarlo, vuelve siempre a su sin-forma original, ajeno a los intentos de terapeutizarlo.

¿Quién no ha escuchado en más de una ocasión una demanda de “herramientas” para manejar lo que un sujeto nos describe, claramente, como un encuentro repetido con la angustia, el efecto invalidante de una inhibición o el empuje a un goce tan propio como rechazado?

En el ámbito de la clínica infantil, esa demanda puede provenir incluso de un educador que, después de enumerar los síntomas de una niña de nueve años -síntomas que remiten, inequívocamente, a la complejidad de una neurosis- nos invita a, en unas cuantas sesiones, “darle herramientas para mejorar su bienestar y su rendimiento escolar”.

Psicoanalistas armados

En “El banquete de los psicoanalistas”, Jacques-Alain Miller dedicó una de sus clases a lo que denominó una “clínica de la civilización”. En ese texto de 1990, que resulta cada día más actual, Miller se refiere precisamente a ese pasaje del discurso del amo al discurso capitalista, para concluir que este último infinitiza la demanda del superyó, más allá de lo que Freud situó como la fuente del malestar en la cultura. Bajo el imperio del discurso capitalista, surge un horizonte en el que Lacan llegó a formular aquella inquietante profecía: “Cuando el psicoanálisis haya rendido las armas ante los impasses crecientes de nuestra civilización…”3.

Miller no cede ante este augurio y, citando al Lacan del “Acto de fundación”, se reafirma en que “el psicoanálisis tiene un deber en nuestro mundo”4, y que estar a la altura de este deber pasa por enfrentarnos al “saber científico puesto a trabajar por el sujeto liberal”5, el sujeto formateado por el discurso capitalista. Se trata, para Miller, de que “el psicoanálisis tiene que estar en condiciones de ir contra la ciencia allí donde a partir del saber científico se presenta una volatilización de lo real”6.

Puesto que la ciencia incorporada al discurso capitalista produce un plus de gozar cada vez más desregulado, Miller afirma que “se necesitan psicoanalistas armados, que jueguen su partida frente a la ciencia y el capitalismo”7. Nuestra apuesta ha de ser que, hoy, jugar esa partida pasa por afirmar, en la clínica y ante los impasses de la civilización, nuestro “el inconsciente, aún”.

Lo que hablar quiere decir, ¿cómo decirlo?

Esa expresión - ¿cómo decirlo…? - presente en muchos momentos de mi análisis, lo ha estado también innumerables veces en el decir de pacientes que, devenidos analizantes y confrontados a la errancia de la asociación libre, se detienen para buscar… “las palabras para decirlo”8.

Es, sin duda, un efecto de lo que Lacan señala al referirse a la ambigüedad que encierra la frase “lo que quiere decir hablar”, pues ese “lo que “quiere decir” dice suficientemente que no lo dice”9, que no alcanza a decirlo.

Ese “¿cómo decirlo…?”, va siempre precedido y seguido de unos instantes de silencio, de una detención de la cadena significante que sostiene la palabra, como efecto de una constatación: eso que el sujeto quería decir, esa significación que perseguía, ese sentido que quería cernir se escabulle como pez en el agua, y le deja solo con la impotencia del lenguaje y con su cuerpo. En esos momentos, privado de la palabra -que no alcanza a poder decir lo que quiere decir- el sujeto se encuentra más a solas con el cuerpo; ese cuerpo con el que mantenemos, en palabras de Lacan, una “oscura intimidad”10, referencia inequívoca al goce.

Pero, probablemente, esos momentos surgen y se inscriben en el trayecto de un análisis que ya ha dado lugar a un considerable despliegue del sentido: la elucidación de la trama de los síntomas, los laberintos del deseo, los significantes amo que, en la repetición, han condicionado los tropiezos del sujeto.

No es poco, y para no pocos sujetos el efecto terapéutico que se deriva de esa vertiente de la experiencia analítica ya es suficiente.

¿Y para el analista? ¿Le cuestiona -a veces, excepcionalmente, nunca- que un analizante se declare ya satisfecho de los efectos de su análisis y lo interrumpa cuando, con toda seguridad, no ha llegado al final? ¿Plantea dudas, interrogantes, cuestiona la dirección de la cura, el manejo de la transferencia, el uso de la interpretación?

Resonancias

El Freud de Los dos principios del funcionamiento mental ya sabe de “la tenaz adherencia a las fuentes de placer”11 de los procesos anímicos inconscientes y de lo ineducable de la pulsión, que los procesos secundarios nunca alcanzarán a someter al principio de realidad. Las palabras de Freud resuenan en las de Lacan cuando este se refiere a “la división sin remedio del goce y el semblante”12.

¿Qué consecuencias para la clínica? Indudablemente, la orientación a un más allá del sentido, a un más allá del Edipo, que “vuelve legible una parte del goce”13, pero que no alcanza a conmover el goce del cuerpo. A éste, solo la interpretación-corte, la interpretación fuera de sentido, puede convocarlo, hacerlo resonar.

¿Sabemos decir nuestro hacer en relación con esta clínica cuya fundamentación teórica conocemos bien? Estas líneas son, por tanto, una invitación a ejercitarnos en ello y a mostrarlo en los trabajos que compartiremos en las XXII Jornadas de la ELP.

 

Josep María Panés

josepmariapanes@hotmail.com

 

Notas: 

  1. Larena P., Meyer C., “Lo que hablar quiere decir”. 
  2. Lacan J., Hablo a las paredes, Paidós, Buenos Aires, 2012, p. 96.
  3. Lacan J., “El psicoanálisis. Razón de un fracaso”, Otros Escritos, Paidós. Buenos Aires, 2012, p. 369.
  4. Miller J.-A., El banquete de los analistas, Paidós, Buenos Aires, 2000, p. 300.
  5. Ibid, p. 309.
  6. Id.
  7. Ibid, p. 310.
  8. Las palabras para decirlo es también el título que Marie Cardinal dio al libro autobiográfico en el que relató el doloroso pero liberador trayecto de su análisis.
  9. Lacan J., “Variantes de la cura tipo”, Escritos 1, Siglo XXI, Buenos Aires, 2003, p. 318.
  10. Lacan J., “Observación sobre el informe de Daniel Lagache”, Escritos 2, México, Siglo XXI, 2009, p. 643.
  11. Freud S., “Los dos principios del funcionamiento mental”, Obras completas, Biblioteca Nueva, Madrid, 1972, Tomo V, p. 1640.
  12. Lacan J., El Seminario, Libro 18, De un discurso que no fuera del semblante, Paidós, Buenos Aires, 2009, p. 141.
  13. Cf. Miller J.-A., Piezas sueltas, Paidós, Buenos Aires, 2013, p. 115.

 

 

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