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Lorena Oberlin

¿La voz responde de lo que se dice?

Lorena Oberlin

“La voz responde de lo que se dice,pero no puede responder
de ello. Dicho de otra manera, para que responda, debemos
incorporar la voz como alteridad de lo que se dice”1

 

Ningún ser hablante se exceptúa de la enorme complejidad que supone decir. Las distintas modalidades de defensa del parlêtre, son modos diferentes de autotratamiento para afrontar una cuestión fundamental: ¿qué hace el ser hablante con el goce que porta su decir?

La pregunta surgió en un control ante el caso de un chiquito cuyas severas perturbaciones oscilaban entre un caso de psicosis grave o de autismo y fue el esclarecimiento de la falta de enunciación propia lo que orientó la cura hacia el segundo diagnóstico.

Me valgo de ese breve fragmento del Seminario X de J. Lacan, para poner en primer plano la vía de lo real, presente en el decir. Dice Lacan allí, la voz –el objeto vo- no puede responder de lo que se dice, y agrega luego: a menos que se la incorpore como alteridad.

Si me detengo en esa formulación es porque, por un lado, permite hacer una constatación simple: que para poder decir no basta con poseer el objeto voz, y a su vez, leo en ello un señalamiento colateral, el de la importancia del proceso mediante el cual “se obtiene” el objeto voz para que un decir pueda advenir.

¿Cómo hacerse con el objeto, teniendo en cuenta la advertencia de Lacan, de que debe ser incorporado para responder de un decir?

Las neurosis enseñan que, si el objeto ha sido producido por separación, tras la alienación, lo encontraremos funcionando en el campo del Otro, luego de haber sido ese mismo objeto, llamado a, el que le dé forma al Otro. Ese formateo que encuentra en el Otro es el que permitirá a la voz, en un segundo momento lógico, su incorporación en el Uno. Aunque esa incorporación suponga estar “contaminada” de significantes del Otro. Los testimonios de los AE enseñan bien cuánto tuvo que ser dicho en un análisis para que, el objeto voz subordinado a la significación fálica, se desentrañe suficientemente de la maraña que supone el campo del Otro y caído de él, quede liberado para poder decir finalmente el goce del Uno.

Por el contrario, si esa operación de separación no se ha producido, el objeto no separado no actuará como a, sino que pululará en el ser hablante condensando sobre sí un goce altamente alienante que no podrá depositarse en el Otro. A menos que lo deposite alternativamente en un Otro real, desde donde le retornará alucinatoriamente tal como las psicosis permiten constatar. El decir, en estos casos, por quedar carente de un menos de goce que introduzca una significación acotada, deja al sujeto librado a un delirio discreto o extraordinario.

Otra opción, si la separación no se ha producido, es que el sujeto “verboso”, más que hablante, consienta en el mejor de los casos a un acontecimiento de cuerpo, en el límite de lo soportable, y así se produzca una extracción de goce que lo alivie de su parasitación.

En la lógica del funcionamiento del objeto voz en el autismo me detendré a continuación, pero incidiendo antes que, aunque alguna de estas dos operaciones, separación o extracción, es necesaria para producir un tratamiento del objeto voz; a su vez, ninguna de ellas garantiza un decir.

¿Por qué entonces, relacionar el decir o sus tropiezos, con el objeto voz? Porque fundamentalmente es el objeto voz el que porta la presencia del sujeto en el decir.

Pero, además, el hecho de que la voz sea un objeto afónico es lo que permite atesorar el fuera de sentido que inaugura el registro simbólico en el ser hablante. Este objeto “afónico”2 se distingue de la fonemización, aunque si necesitará del vacío del Otro, para depositarse allí, separadamente, apaciguarse y retornar para que la voz deje de oírse como real.

De allí que la no cesión de ese objeto voz, produzca brutales consecuencias en el decir. Aunque la carencia enunciativa no sea privativa del autismo, es el autismo el que enseña la radicalidad que supone que el objeto voz no pueda investir el aparato del lenguaje. Para que la palabra se ponga en juego, debería ésta aparejarse al objeto voz, pero en el autismo ese soporte no se cede. Se palpa radicalmente allí lo insoportable que resulta intentar vivir, sin poder asumir un decir. Decir supondría revelar, e incluso desgarrar en el cuerpo, al objeto fundamental de su goce no falicizado.

Son conocidas las estrategias de las que se vale el autista para remediar la terrible vivencia que supone intentar defenderse quitándose de encima la voz, borrándola con numerosas maniobras3 : el mutismo, objetalizar al otro que dice, hablar por intermediación de objetos. Algunas estrategias en cambio hacen de las palabras mismas, defensa: las ecolalias, la verborrea para ahogar la voz, el soliloquio para no depositar la voz en el otro, el canturreo para lastrar la enunciación, hablar con enunciados de otros para no decir, o incluso, generar una lengua privada. También se pueden sostener en un lenguaje no dirigido o valiéndose de un doble. Todas ellas modalidades que revelan la disociación entre la voz y el lenguaje y como consecuencia, la disociación entre el goce y el sentido, de modo que el significante pierde su propiedad y se vuelve signo.

Pero esa afectación en el decir trae aparejada otra a nivel del cuerpo que se muestra en una parasitación de goce informe, sin la forma de un cuerpo anatómico, sin siquiera la imagen del cuerpo. La forma la proveerá el borde de la pulsión.

Ahora bien, ¿qué ocurre con aquel goce fuera de sentido que no fue acogido por el objeto voz? Es ese goce fuera de sentido y enloquecido el que comanda a algunos chiquitos que aún no han construido un borde metonímico de la pulsión, incluso antes de que construyan una incipiente superficie de borde.

Y, por otra parte, los autistas que han logrado transmitir sus vivencias y sus invenciones para salir al mundo, han narrado su experiencia disociada entre los afectos y el decir. El hecho de que no supieran hasta edades tardías valerse del lenguaje, no les ha impedido mientras, estar imbuidos en un proceso en el que intentaban “decirse”. Se decían a sí mismos, por decirlo de algún modo. Había un enunciador interno ocupado en asir sentido en medio del caos, intentando a la vez que la pulsión sin ley no desbaratase sus creaciones, aunque faltaran construir cesiones para albergar más tarde, un lugar desde donde hablar.

Quiero decir con ello que, para llegar luego a poder decir mínimamente, aún con limitaciones o literalidad, el sujeto tuvo que emprender una domesticación titánica que pusiera en marcha un acotamiento del sentido, fusionando referente a significante, pero ello en medio de una marea de fuera de sentido, producida por lo que el objeto voz no logró atrapar.

Lorena Oberlin,
psicoanalista en Alicante
oberlinlorena@gmail.com

 

Notas:

  1. Lacan J., El Seminario, libro 10, La angustia, Paidós, Buenos Aires, 1987, p. 158.
  2. Miller J-A., La clinique lacanienne, inédito, lección del 24 de febrero de 1982.
  3. Maleval, J-C., El autista y su voz, Gredos, Madrid 2011, pp. 69 y ss.