Con Acento Canario
Cuando trato de imaginar esa brecha entre hablar y decir, como podría ser la distancia entre hablar y escribir, así como entre lo que se dice y lo que se está diciendo, recuerdo dos imágenes (más que palabras, son imágenes), de la entrevista que le hice a Andrea Abreu dos meses después de que publicara Panza de burro, ambas al teléfono desde nuestro respectivos confinamientos en el año 2020, ignorando que aquel era el comienzo de toda una revolución editorial: «Panza de burro me salió del chorro, como un grifo sin parar», me dijo, «fue como vomitar, como una catarsis, porque rompí el tablón de la oralidad y no hice diferencia entre el acto de escribir y el acto de hablar».
En el prólogo del libro, su editora Sabina Urraca, cuya identidad se forjó en la dualidad de ser «la niña goda en Tenerife y la canaria en el País Vasco», cita al escritor canario José Luis Morales, quien en su libro Sima Jinámar manifiesta que «a la lengua que habla tanto, que dice tantas cosas, se la prohíbe prácticamente hablar».
Y es cierto que cuando leí Panza de burro por primera vez -así como las veces sucesivas-, sentí que Andrea me hablaba a mí y que, al mismo tiempo, hablaba a través de mí, que decía y revelaba mi propio universo a través de sus palabras rescatando del silencio literario el imaginario de mis veranos en la isla de La Palma, que pertenece a la misma provincia que su barrio de Icod de los Vinos, que es Santa Cruz de Tenerife. Luego, sucedió que esta hermosísima historia de dos amigas en el umbral de la preadolescencia, en ese pequeño «barrio vertical sobre un monte vertical cubierto de nubes bajas», atravesó a millares de lectores de distintas latitudes y dialectos.
Volviendo a mis coordenadas literarias y vitales, Panza de burro logró entretejer ambas en sus páginas, recreando recuerdos cotidianos como las nubes de verano que prestan título a la novela, las pisadas en el piche, las papas con costillas, piña y mojo -a veces, aguachento- , la música de Pepe Benavente, las abuelas bigotudas y religiosas que temen el mal de ojo o ese «fisquito na más». O ese «estregarse», que nombra con naturalidad salvaje el deseo en la infancia, uno de los grandes olvidados de la literatura.
La escritora Brenda Navarro, que, como Sabina Urraca, participó este año en el ciclo Escritoras en la Casa-Museo Pérez Galdós, a dos manzanas de la Casa de Colón, llevó a cabo el mismo ejercicio en sus novelas Casas vacías y Ceniza en la boca, arguyendo en una entrevista reciente que «fue una apuesta política plasmar el español de Latinoamérica que escucho en muchas ciudades de España». «Esta gran mezcla de lenguajes y de acentos es lo que se está escuchando en las calles […] que no lo quieran asumir en el canon literario es otra cosa». Efectivamente, la literatura latinoamericana se construye alrededor de un canon que engloba la diversidad de acentos, lejos en un supuesto e imposible español neutro. Quizás por eso, inmersas en el proceso de edición de Panza de burro, Sabina y Andrea decidieron no incluir un glosario «Estábamos reivindicando con la naturalidad de Rita Indiana o Cortázar, clamando por que la literatura sea un fluido que se cuele en el cerebro de forma compacta, sin detenerse en un eventual tropezón lingüístico», puntualizó Sabina.
Hoy celebro ese «chorro literario», parafraseando a Andrea, que visibiliza realidades olvidadas o veladas a través de la palabra. La también escritora canaria Macarena Nieves publicó a finales del año pasado el poemario Aquellar de la lluvia, precisamente en la Casa de Colón. ¿Qué significa esta hermosa y enigmática palabra canaria? La Academia Canaria de la Lengua la define como «verbo que se emplea para expresar cualquier acción cuyo verbo propio se ignora, no se recuerda o no se quiere expresar». Mi abuela de La Palma utiliza a menudo la expresión: «estoy aquellada«, lo que se refiere a estar «de aquella manera» que no expreso, pero que dice muchas cosas. Lo menciono como otro ejemplo hermoso más de este momento de reivindicación de un habla propia que es parte de nuestro patrimonio, es decir, de lo que somos.
En definitiva, celebro que podamos encontrarnos a la luz de este acontecimiento literario que por fin se manifiesta en España y, en concreto, en Canarias, como «un vulcán reventando», como dice la protagonista de Panza de burro, remitiendo una vez más, a una realidad que me interpela, y que espero que siga centrando muchos encuentros y espacios de debate y pensamiento como el que hoy nos convoca en la Casa de Colón.
Nora Navarro,
Periodista La Provincia