Irse de lengua

Hablar es lo que nos hace humanos. Marca nuestra existencia como especie y nos distingue de todas las demás… y sin embargo, no somos Uno por efecto del lenguaje, no somos un conjunto unificado de semejantes. Hablar y ser hablados permite el lazo social y al mismo tiempo remarca nuestra profunda soledad y diferencias. Tejemos redes que nos acercan pero que también están agujereadas, testimoniando ese lazo así como la separación, la distancia, el vacío. A finales de 2021, durante una clase, Santiago Castellanos citó a Juan José Millás en una frase que produjo en mí fuertes resonancias: “las palabras implican un mundo que no puede ser consensuado”. En efecto, no nos unifican ni nos hacen estar de acuerdo, sino que son constancia y recordatorio de que nuestro mundo está atravesado por el malentendido y la errancia, obligándonos a hacer el esfuerzo por construir arreglos que nos posibiliten transitar la vida de una forma más digna.

Irse de la lengua materna…

La migración instaura, entre otras cosas, una nueva relación con el cuerpo: comer diferente, oler diferente, tener un tacto diferente, escuchar, hablar y ser hablados diferente, una nueva relación con la palabra, con el lenguaje y con la escucha, una (otra) forma de ser tocado y hacerse un (otro) lugar. Y es que implica un movimiento tal que convoca también una mudanza de sí mismo. Diría que no sólo se migra de un espacio físico a otro, de un territorio a otro, sino que hay tránsitos en la vida, recorridos que son migraciones ¿peregrinajes incluso? en tanto el peregrino, a diferencia de los viajeros y caminantes comunes, emprende un andar orientado por la fe y marcado por el constante encuentro con lo enigmático y desconocido.

Para esta ocasión hay un punto que quisiera retomar y es la salida de la “lengua materna” (que no es necesariamente el idioma, aunque a veces lo incluya), salida de algo del orden familiar, quedar por fuera de algo que a la vez le conforma y le ha configurado a lo largo de la vida y trasladarse a otra cosa. Algunas veces lo que alberga ese lugar de la lengua materna es lo más terrible (guerras, segregación, dictaduras, pobreza, enfermedad, la más brutal violencia…) y el sujeto encuentra “asilo” o “refugio” en otro, otro destino que se vuelve posible si se está dispuesto a hacer el recorrido. Irse de la lengua materna implica moverse de lugar como sujetos. Lugar que, sin embargo, nos habita y nos marca, aunque eventualmente pueda vivirse como extranjero. El dispositivo analítico sirve a muchos como refugio, alojando y dignificando la diferencia al tiempo que invita y empuja a moverse y continuar.

Leer, escribir… bien decir…

No podía dejar de hacer mención a la novela Panza de burro1 (Andrea Abreu, 2020), que muy gentilmente Josefa me convidó leer (cuestión que le agradezco enormemente). Cuando leí el título se dibujó una sonrisa en mi rostro. Y es que la “panza de burro” me recuerda y traslada a mi infancia en el páramo andino en Venezuela, mi país natal. Esas nubes bajando por la montaña me hacen retornar a algo de mi hogar, que está allá y que, desde hace algunos años está aquí. Leer esta novela ha tenido un efecto semejante…

Andrea escribe diferente, dando cuenta de otras formas de hablar, de estar, de ser. Escribe testimoniando de otra vida, propia y ajena al tiempo. Leer algo así tiene un efecto de división, de a veces no saber de qué se habla nada más que por suposición y otras experimentar un casi milagroso efecto de resonancia al encarnar por instantes el sonido de las voces en aquel pueblo, en el cuerpo de las letras. Escribiendo el sujeto puede suturar la falla que le atraviesa. Y digo falla como un surco, como los que ha dejado el “vulcán” a su paso y sobre los cuales también se propaga la vida después. Es una bendición donde está el decir como acto por vía del cual se consigue hacer de algo de lo imposible una historia… una novela…

Análisis…

Para los psicoanalistas la diferencia entre significante y significado es vital. Estar advertidos de que en lo dicho hay algo que no se dice y en ese lugar enigmático, cada sujeto puede encontrar “claves” que le convoquen a replantearse su forma de hacer, de lo que sufre, de lo que goza… En nuestro mundo de lenguaje somos sujetos de verbos que nos vienen dados por el Otro, operados por el malentendido. Decir es torcer los hilos que otrora unían inequívocamente significantes y significados.

Marie Hélène Brousse, en su conferencia “Exilio y lenguas”2 hace referencia al “ser extranjero de sí mismo” como característica del ser humano, de ser hablantes. Quizá por esta extranjería inaugural tenemos la tendencia a abrazar con fuerza todo lo que parece darnos consistencia y lugar: nacionalidades, religiones, partidos políticos, tribus urbanas… Sí, las identificaciones son importantes para hacernos la vida y el agujero de la existencia más vivible y sin embargo muchas veces conviene hacer migraciones y rectificar, ex-sistir de otra manera3. Así el dispositivo analítico es una invitación a “irse de lengua” y decir…

Finalmente, queda circulando en mí, entre otras cosas, la pregunta acerca de la ¿migración?, del psicoanálisis a lo rural.

Jenirée Marín
marinjeniree@gmail.com

Notas:

  1. Abreu A., Panza de burro, Editorial Barrett, 2020.
  2. Brousse M-H., Exilio y Lenguas. Conferencia en el marco de Enlace de Acción Lacaniana de a NEL. 
  3. Miller J.-A., “La sutura, Matemas II, Manantial, Buenos Aires, 1990.