Tenemos Panza de burro1

Fue el significante que inscribió mi llegada a esta tierra canaria tal día como hoy, pero en el mes de julio, muchos Alisios atrás y ahora, se vuelve a actualizar como letra que se dice y que se lee.

Panza de Burro, el libro de Andrea Abreu, se lee como se escucha una canción, escribe la editora Sabrina Urraca. No hay glosario. A fuerza de escucharla, se va desentrañando. “tin Marín de dos pingüé, cúcara mátara títere fue…”

Como si se tratara de Un discurso que no fuera del semblante, (haciendo alusión a un Seminario de Jacques Lacan), palpamos la lava de la lengua casi al descubierto, retorciéndose, mareando la sintaxis, jugando con el equívoco, más allá del querer decir, más allá del sentido, más allá de las reglas gramaticales, de los códigos lingüísticos.

La lengua no es el lenguaje.

El lenguaje es un saber sobre la lengua, una elucubración sobre la lengua, sobre los sonidos de la lengua que apuntan al decir; el decir, más allá del dicho.

“Que se diga- como hecho- queda olvidado tras lo dicho en lo que se escucha”, orienta Jacques Lacan.

La lalengua, todo junto, es aquello que percute en el cuerpo, que toma al cuerpo como una caja de resonancia, como ecos del decir: Aquella fonética que vibra al cuerpo, que produce un acontecimiento de cuerpo, que impacta las entrañas del “vulcán”, usando alguna expresión del libro.

Antes de su llegada al mundo, el sujeto es hablado. Pero, más allá de las palabras que le han precedido, de la polisemia de las palabras, que pueden quedar cristalizadas en algunas significaciones, o identificaciones a las cuales el sujeto quedará alienado; entonces, más allá de estos significantes, son los sonidos de la lengua, que no significan nada, que quedan fuera del sentido, que han abrochado el lenguaje al cuerpo, dejando surcos, marcas, que conectan al sujeto al goce de la vida.

Panza de Burro nos hace leer lo familiar de cada cual. La lengua resuena familiar, en ese dibujo de escenas cotidianas del barrio, costumbristas, intimistas, con esa figurabilidad pictórica con “cosas de guárdeme un cachorro”. Nos hace pensar en la lengua materna leída desde lo pulsional del cuerpo; en esa tensión pulsional que corre como agua por los barrancos del significante.

El lugar de lo escrito, de la escritura que puede cifrar, anudar algo de esta sonoridad con el goce. Miniña escribe la autora. Escribe como suena.

La lengua materna, miniña tiene ese punto de complicidad, podríamos decir fraternal, entre quienes la comparten. El léxico familiar que se reconoce estando dentro del mismo país o ciudad, pero especialmente, estando fuera. La idiosincrasia de la lengua, la identificación entre quienes la han heredado y consentido a ella.

Dije lo familiar, y en eso familiar de la lengua hay algo del orden de la pérdida, del exilio de la lengua. Hay algo del orden de la extrañeza en aquello que el sujeto dice sin saber que lo está diciendo, algo íntimo y privado donde el sujeto queda excluido. Una exterioridad íntima. Esa parte de alteridad que habita en cada sujeto, que no es otra cosa que el inconsciente.

Solo hay inconsciente singular, en la medida en que cada uno, a cada instante da un retoquecito a la lengua que habla, ese retoquecito es indudablemente real. Estos retoquecitos permiten crear lalengua que cada uno habla, para habitarla de manera viva. Implica una relación particular del significante con la moterialidad de la letra. Es una forma de leer la poética particular del inconsciente. La lituraterra del Inconsciente.

Fabiana Lifchitz,
Psicoanalista en Las Palmas de Gran Canaria
lifchitzshilmanfabiana@gmail.com

Notas:

  1. Abreu A., Panza de burro, Editorial Barrett, 2020.