Lo que “la regla analítica” quiere decir. Deje que sus palabras vayan por delante

Freud inventa la regla analítica, precepto ético al que el sujeto debe consentir en el marco de la sesión, cuando abandona radicalmente la hipnosis, que no solo obedecía a la búsqueda de la solución del síntoma, sino a su propio deseo de saber, a su “curiosidad científica”1 como señala en su Autobiografía.

¿Qué aprendió de la hipnosis? Que a través de ella se buscaba, se esperaba hallar un enlace perdido: las conexiones olvidadas entre el trauma y el síntoma, y dicho enlace no era otra cosa que un fenómeno de lenguaje, representaciones verbales cargadas de afecto. Este colosal hallazgo le permitió elevar sus primeros casos de histeria a la dignidad de paradigma.

Sin embargo, Freud nunca se interesó ni por la ciencia lingüística ni por la lógica, en auge las dos a principios del siglo XX, a pesar de su aspiración a emplazar al psicoanálisis en el conjunto de las Ciencias Naturales. Siempre me pregunté cuál habría sido la secreta razón de este desapego, en un hombre de tan vasta cultura, no mostrar interés por ciertas disciplinas vinculadas con el discurso científico.

También es verdad que era, en lo esencial, un hombre de letras, en el amplio sentido de la palabra -recibió el premio Goethe de literatura en 1930- y captó desde muy pronto el carácter equívoco de las palabras, del que hizo un principio, una brújula, para dilucidar las formaciones del inconsciente en el espacio de la sesión analítica.

Fue el mal humor de su paciente Emma Von N. ante la tenacidad de las machaconas preguntas propias del método sugestivo, donde hallamos el germen de la libre asociación como regla fundamental del análisis. La moción de su paciente puede resumirse en una frase: “Déjeme relatarle lo que desee. Accedí a ello”, fue la respuesta inmediata de Freud. Es el pistoletazo de salida del pase de la catarsis al psicoanálisis.

El análisis de los sueños, los suyos y los ajenos, refleja el trabajo que se desprende de lo que para Freud tomará desde entonces un carácter axiomático: la equivocidad inherente a las palabras, y las leyes que regulan la significación: condensación y desplazamiento. Esto lo autoriza, desde el punto de vista de la ciencia, a descomponer el sueño e invitar a las asociaciones en la búsqueda del desciframiento del texto inconsciente concebido como una memoria, ideas latentes que encierran un deseo reprimido en el sujeto.

Lacan a su manera adopta este axioma ya desde “Función y Campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis”, concibiendo la función del analista como una puntuación afortunada del discurso del sujeto que incluye la suspensión de la sesión para precipitar los momentos concluyentes.

Sustentado en el paradigma lingüístico que le permite postular que: “el inconsciente está estructurado como un lenguaje”, la dirección de la cura que se desprende “consiste en primer lugar en hacer aplicar por el sujeto la regla analítica (…) Estas directivas están en una comunicación inicial planteadas bajo forma de consignas de las cuales, por poco que el analista las comente, puede sostenerse que hasta en las inflexiones de su enunciado servirán de vehículo a la doctrina que sobre ellas se ha hecho el analista en el punto de consecuencia a que han llegado para él2 . No sólo resalta aquí su fidelidad a Freud, sino que como él mismo lo dice, sienta al analista en el banquillo, puesto que lo hace responsable de su enunciación en la oferta analítica por excelencia..

¿Qué sucede cuando el trayecto de su enseñanza se desplaza de un Otro al otro, cuando el inconsciente y el sujeto-supuesto-saber resultan insuficientes para incidir en las fijaciones pulsionales del analizante? ¿Qué resulta del relevo que a partir de su excomunión toma el inconsciente-sujeto? Que las sesiones sean escandidas por el tiempo lógico. ¿Qué ocurre cuando la interpretación va asimilándose cada vez más al corte? ¿Dónde va a parar la regla analítica? ¿se mantiene? ¿se vuelve caduca? ¿se transforma? ¿se enuncia como tal?

Digamos que la regla analítica está supuesta desde el momento que invitamos a un sujeto a hablar, pero la pregunta que formulo es sobre la enunciación de la regla por parte del analista que prepara el lugar el sujeto en el discurso analítico.

¿Cómo recibimos hoy a los hablantes que acuden para hacer oír su malestar, su errancia, su pesadumbre, su dolor de existir? No siempre su petición se dirige a un analista, pueden conformarse con un Psy, suelen desconocer qué es eso del psicoanálisis y cuál es su diferencia con otras “terapias” que pululan en la nebulosa de un despiadado mercado de la salud. Con frecuencia estos cuerpos hablantes no se han abonado al inconsciente, lo que añade una nota clínica de enorme importancia y también de dificultad..

Preguntas para una comunidad que acoge uno a uno estas demandas. ¿Sigue teniendo sentido proponer la regla fundamental?

Se trata de valorar la relación con la palabra de cada parlêtre que pide ser escuchado, su relación con la dimensión de la verdad y la modalidad que la transferencia toma.

Para quienes claramente se presentan como desabonados del inconsciente, en mi opinión, la regla puede confrontarlos sin necesidad alguna con un real para el cual la estructura no aguanta. Precaución entonces. Y como no se trata de un formalismo metódico ni de una técnica, luego cabe darle su lugar en cada caso en la dimensión del acto, del kairós, donde se haga oír: “Déjese hablar”en la enunciación del analista. Es el principio leibniziano aplicado al trabajo del analizante del que hablaba Miller hace muchos años formulado en los siguientes términos: “diga lo que diga, eso tiene una causa”.

Cuando enunciamos la regla, siempre precedida por la contingencia, estamos invitando al parlêtre a dejarse llevar, a deslizarse por el discurso del Amo que es el discurso del inconsciente, no para provocar las múltiples asociaciones que puede arrojar el análisis de un sueño como hacía Freud, no para engordar el S2, sino para contrariar el discurso del Amo con su reverso: el discurso analítico. Incitamos al parloteo a cada parlêtre para cortar la cadena en algún eslabón que promueva el desprendimiento de ciertas identificaciones mortíferas. Hacemos un poco de trampa comunicando la regla, provocamos la palabra para desbaratarla, para desgajarla del discurso concreto y volverla “otra cosa”.

Amanda Goya,
psicoanalista en Madrid
agoyapinto@gmail.com

 

 

Bibliografía:

  • Freud S., “Autobiografía”, Obras Completas, Tomo VII, Biblioteca Nueva, Madrid, 1974.
  • Coccoz V., “Freud y las mujeres”, Freud, un despertar de la humanidad, Gredos, Barcelona, 2017.
  • Lacan J., “Función y campo de la palabra y el lenguaje en psicoanálisis”, Escritos I. Siglo XXI, México, 1984.
  • Lacan J., La dirección de la cura y los principios de su poder. Escritos II, Siglo XXI, México, 1989.
  • Miller J.-A., Los usos del lapso, Paidós, Buenos Aires. 2004.
  • De Frutos Salvador, Ángel., Puentes en el desierto. Afuerismos. Junta de Castilla y León, Valladolid, 2007.

 

Notas: 

  1. Freud S., “Autobiografía”, Obras Completas, Tomo VII, Biblioteca Nueva, Madrid, 1974. p. 2768.
  2. Lacan J., “La dirección de la cura y los principios de su poder”, Escritos II, Siglo XXI, México, 1989. P. 566.