Sobre la cristalización del significante inclusión

El significante “inclusión”, está omnipresente en el discurso común, vemos emerger por todos los lados políticas de inclusión como un eje fundamental del Estado progresista, una garantía de igualdad y de la Salud Mental (despatologización). Se trata de un síntoma social y cumple una función clave para sostener el Orden Simbólico pulverizado por la declinación del patriarcado, es un modo de respuesta-solución a las contradicciones del “para-todos”. La inclusión quiere hacer las veces de “vínculo social” pero desconoce que el vínculo requiere de una operación significante que limita, trastoca el registro del goce; en cambio la inclusión se presenta libre de esta operación y esta libertad es una fuente de contradicciones, lleva directo a la segregación.

Acerca del malestar que genera el ideal de la inclusión, quizás nos corresponda contrariar este imperativo de: todo se soluciona con la inclusión social, y nos toque poner en razón las contradicciones que genera, de modo que muchos profesionales, así como para muchos individuos afectados por esta política, encuentren, en el psicoanálisis, una referencia racional y ética a sus reticencias sobre la inclusión a toda costa, critica que solo pueden hacer internamente puesto que en público queda fuera de lugar.

La Inclusión no es la Inserción

Parece claro que el auge del término “inclusión social” corresponde a la época del Otro que no existe. En la medida que el Otro se presenta sin punto de basta, el conjunto es abierto, asintótico, resulta difícil situar los límites (lo que está dentro y lo que queda fuera), de manera que todos los ciudadanos, con sus diferentes formas de ser y estilos de vida, pertenecen y forman parte de la comunidad. No solo pertenecen, también -es lo significativo- tienen derecho a su diferencia, no hay unidad de medida, la normalidad es de semblante, por esto las desviaciones no son patologías sino modos de goce singulares de cada uno: todos forman parte del conjunto social.

El Campo freudiano, y como una clara anticipación de la cristalización del significante inclusión, tomó como tema de la Inserción social en psicoanálisis (PIPOL IV, Barcelona 2009)1. Fue un acontecimiento epistémico y clínico, marcó un punto de inflexión en la política de la acción lacaniana, podría decirse que se deslindó claramente el registro de la “inclusión” respecto de la “inserción” del ser de goce en el lazo social. La distinción, entre otros pasajes, aparece claramente indicada en el texto de Philippe La Sagna preparado para PIPOL IV, dice: “No es el lugar, la inserción de los sujetos la que es hoy precaria, es su modo de gozar puesto que éste no se ubica más que en relación, como decía Lacan, con el <plus-de-gozar>” (…) “El aislamiento generalizado es la forma moderna, individualista y consentida, uno por uno, de la dulce segregación ( …) El individuo no es una manera de ser hombre, lo reemplaza y lo borra”2.

Es decir, que formar parte, estar incluido en la sociedad, no alcanza a dar cuenta del “lazo social”, el lazo social requiere una articulación en un discurso -entendido tal como lo formula Lacan-, y precisamente podríamos situar que el ideal de la inclusión borra el problema real de la inserción3. Habría como una debilidad mental en juego al hacer equivalente la inclusión con la inserción, de forma que las dificultades para entrar en el discurso, los obstáculos para acceder al lazo social, se explican desde el registro de la inclusión. Se aplica la lógica de la inclusión -que como indica La Sagna, es una lógica contradictoria de segregación- se aplica al registro de la entrada en el discurso. Poner la inclusión en lugar de la inserción, parece un truco para dejar fuera la imposibilidad de articular el goce con la estructura, de forma que la desproporción -exceso de goce que desequilibra lo social-, se piensa en el eje inclusión-exclusión, así el goce sería problemático solamente porque está excluido, porque ha sido rechazado por el orden imperante.

Entonces el desconcierto: muchos profesionales no pueden entender que las dificultades de, bien sean niños difíciles en el ámbito de la educación inclusiva, bien se trate de aislamiento y fracasos terapéuticos en el campo de la salud mental, no pueden entender que el problema sea el rechazo hacia estas personas diferentes, no se entiende que la barrera para acceder al vínculo social sea puesto -como causa- en el rechazo de la singularidad. Esta respuesta preestablecida por el discurso corriente, respuesta que reniega del inconsciente, genera, como poco, desconcierto y no conduce a ningún lado.

Construir lo singular

Sobre las trabas, impedimentos y -porqué no decirlo así- rechazo a las mociones pulsionales que el sujeto experimenta muy tempranamente, Freud utiliza el término de Versagung4-traducido como frustración-, para indicar que el rechazo, aquello que dice “no” a la satisfacción pulsional del sujeto no es externo, sino principalmente interno, pertenece a la “realidad psíquica”. Y, con la enseñanza de Lacan, sabemos que lo que se presenta como prohibición desde lo social, así como el rechazo pulsional en el individuo, en realidad recubre una falla de estructura para el ser hablante, se trata de un desajuste fundamental entre el ser de goce y el orden significante que lo constituye como sujeto. Freud en su texto sobre “La pérdida de la realidad …“5indica que la cuestión no pasa por levantar la prohibición, ni por incluir lo rechazado, pues en realidad la pulsión siempre está incluida, siempre encuentra vías -a costa de la realidad- para alcanzar sus fines. Freud es claro cuando señala que no se trata de renuncia, mucho menos de adaptación, se trata de construir con invenciones y desde las propias marcas de goce, reconstruir una realidad social que realice su singularidad de goce “inserción social por el sinthoma”6.

La inclusión se presenta a modo de Nueva Alianza7 del sujeto -su modo de goce singular- con el nuevo orden social, pero este circuito pulsional, como señala P. Lasagna en el pasaje citado, se realiza -cortocircuito- con el objeto plus-de-goce, es decir se unifica -individuo narcisista- sin entrar en relación con la alteridad de lo Otro (sexual). La “inclusión”, al igual que sucede con los procesos de “escucha”, se puede llevar al infinito sin alcanzar al Otro (que no existe), se precisa no solo formar parte de Otro diverso, se requiere insertarse en el discurso, hacer vínculo social y esto supone una operación que ponga lo real en juego.

José Rubio,
psicoanalista en Valencia
jorufe@cop.es

 

Notas:

  1. Cf. V.V.A. A, El psicoanálisis nº 16, Revista de la E.L.P, 2009.
  2. La Sagna P., “¿Salir del aislamiento por la ironía hasta la soledad?”, El Psicoanálisis nº 16, 2009, p.27-28.
  3. Hay un escamoteo al hacer equivalente la inclusión con el lazo social, requiere una operación de articulación con la alteridad, pone en juego la división subjetiva. Podríamos decir que para hacer una tortilla -vínculo- no es suficiente tener los huevos -inclusión-, se requiere romperlos. Es la reducción del hombre al individuo.
  4. Miller J.-A., col.,Laurent E., El Otro que no existe y sus comités de ética, Paidós, Buenos Aires, 2005, p. 83. Comenta que versagung es un término que Freud utilizó para designar una instancia propiamente psíquica que dice no al goce, se tradujo por frustración y es la pareja interna del veto externo.
  5. Freud S., “La pérdida de la realidad en la neurosis y la psicosis”, El yo y el ello y otras obras, Obras completas vol. XIX. Amorrortu, p. 189.
  6. Cf., Palomera V., “ Puntos de (des)inserción”, El Psicoanálisis nº 16, 2009.
  7. Cf., Miller J.-A., “Una Nueva Alianza”, Sutilezas Analíticas, Paidós, Buenos Aires, 2011, p. 219.