A condición de que no se hablen1
“Se trata de la chanza que sin duda todos ustedes conocen, llamada del masoquista y el sádico – Hazme daño, le dice el primero al segundo, quien le contesta – No.2 […] En efecto, ¿quiénes están mejor hechos para entenderse que el masoquista y el sádico? Sí – pero como ven por esta chanza, a condición de que no se hablen”3.
Cuando la leí, esta cita de Lacan me produjo esa carcajada que nace de la sorpresa del witz. Lo risible es precisamente darse cuenta de que la obviedad falla, que el masoquista y el sádico no se complementan. Y ¿no es acaso siempre así?
Lacan hace en 1957 una indicación que es de plena actualidad: el deseo surgiría “a condición de que no se hablen”4. Impone el límite a lo que se puede decir sobre el goce. La caída del velo que permite el juego de sombras en que se basa el deseo, no puede más que hacerlo decaer, desvalorizarse. Es necesaria la hiancia entre lo que falta y lo que se desea.
En el primer momento de este witz, de este chiste, creemos poder saber lo que atañe a estos improbables partenaires; pensamos que puedan demandarse libremente la satisfacción que desean. Y es el impacto abrupto de este “no” lo que nos devuelve a la realidad del desfasaje fundamental entre hablar y decir, entre demanda y deseo.
Vivimos un tiempo en el que, por un lado, existe un imperativo a decirlo todo – y, en particular, a poder decirlo todo sobre el sexo – y, por el otro, existe una creencia en la autodeterminación radical sobre nuestra subjetividad, sobre nuestras elecciones y la oferta infinita de modos en los que podríamos escoger gozar. En esta coyuntura, una versión hipermoderna de nuestros protagonistas podría sentarse a debatir abiertamente el mejor modo en que satisfacerse mutuamente y hacer de sus goces uno. ¡Y cabría esperar que lo lograran!
Pero sabemos que lo que insiste es, como Lacan apunta, la diferencia entre lo que se habla y lo que ello quiere decir. Y en esta diferencia habita el desconocimiento profundo que caracteriza nuestra relación con el goce. En la actualidad, el velo está en declive: proclamamos saber lo que queremos, demandamos abiertamente esta o aquella satisfacción, y esto no abunda en una mejor relación con el goce. La vergüenza es un afecto en peligro de extinción y, en estos intentos de mostrarlo todo, de pedirlo todo, de decirlo todo, se tapona el agujero que permite dar lugar al deseo.
En la clínica, no se verifica que esta verborrea venga acompañada de una mejor posición para el sujeto. Más bien sólo devuelve las cosas, de manera singular para cada sujeto, al punto de partida fundamental que guía un análisis: ¿dónde estoy en lo que digo?
Andel Xosé Balseiro Rodríguez,
Socio de la Sede de Madrid.
Notas:
- Lacan J., El Seminario, libro 5, Las formaciones del inconsciente, Paidós, Buenos Aires, 2010, p. 72. ↑
- Ibid., p. 72. ↑
- Ibid., p. 72. ↑
- Ibid., p. 72. ↑