Babel y los erizos

Aprendimos que la confusión de las lenguas fue un castigo divino, pero, ¿y si no lo fuera?

Si en tiempos remotos la lengua era Una, sin equívocos y exilio, ¿cómo se podía soportar la vida?

Los que gozaban de la unidad de la lengua1, los que eran uno2, fueron confundidos de tal modo que no se entendieran unos a otros y en ese gesto divino, fueron dispersados por toda la tierra. Y por qué no pensar que fue precisamente esa confusión y dispersión lo que nos salvó, ya que el malentenderse es lo que nos lleva no sólo a hablar, sino también a decir, a decir-nos.

La unidad de la lengua era posiblemente un espejismo, reminiscencia del sabor del fruto del Árbol de la Ciencia del Bien y del Mal, sueño de una sabiduría posible, de un “discurso único, total, según el cual la entera vida sería por completo cognoscible…”3. Locura que afirma la previsibilidad y el saber total.

Por eso, Babel representa la humanización de la vida y nos libera del discurso único, ese que si fuera posible nos convertiría en piedra. Pero no sólo eso, introduce también la diversidad, la necesaria diferencia, la alteridad propia y ajena. El malentendido de Babel implica una pérdida, esa que hace posible el deseo, también el deseo de decir, de poner palabras donde no se encuentran, y buscar, por tanto, alguien a quien decírselas. Y por eso, la dispersión que el acto divino introdujo no es en realidad separación sino deseo de proximidad. Es el malentendido el que nos impulsa hacia los otros aunque en la proximidad seamos como los erizos de Schopenhauer y nos cueste horrores no clavarnos las púas y proseguir la narración. Un esfuerzo en el que conviene perseverar explorando la fecundidad del malentenderse.

Lierni Irizar,
psicoanalista en San Sebastián- Donostia,
liernirizar@gmail.com

 

Notas:

  1. Cf. Murena H. A., La metáfora y lo sagrado, El cuenco de Plata, Buenos Aires, 2012.
  2. Nacar Fuster E. y Colunga A., (Traducción), La Sagrada Biblia, Génesis 11:1-9, Editorial Católica S.A., Madrid, 1969.
  3. Murena H. A., La metáfora y lo sagrado, op.cit., p. 92