Carta al yo de la época
Acerca tu oído y te diré la verdad que exiges, dijo Zenón al tirano, justo antes de arrancarse la lengua de un mordisco y arrojársela a la cara.
Desde el fondo original de la automutilación, la lengua rota hace escuchar su secreto: “Yo, la verdad, hablo”.
Así es la verdad, cae de la lengua sin obediencia alguna.
Y tú, pequeño Narciso,
te crees autor de las palabras que salen por tu boca.
Dices, “yo sé quién soy”, “soy lo que digo”.
Reivindicas el derecho a realizar tu “empresa” vital.
¡Cuidado! El Otro actual te va a dar lo que crees desear.
Su oferta de respuestas parece ilimitada y aborrece las preguntas.
Entonces, verás que no era eso.
El fulgor de la angustia
como presagio de lo real
te hará sentir Otro,
extraño,
irreconocible.
Aún desconoces que las palabras
vienen de un parásito lenguajero
que habla por tu boca.
Mejor estar al tanto de que con ese yo,
tan encumbrado
no llegarás más lejos que a la punta de tu nariz.
Gran ignorante de que la verdad se hermana al goce
y no a la realidad.
La verdad, la que importa, no hay quien la atrape.
Apenas aparece se va volando
o sale al galope,
baja a las calles,
mueve los cuerpos.
Freud nos enseñó a pillarla
en la palabra sin pies ni cabeza del chiste,
en el sueño que te desconcierta,
en lo que se le escapa al acto fallido.
Pero hay algo más
que no pasa por estos derroteros.
Es el peso de la existencia sin sentido
que se pone en las tripas.
Algo que está dentro y al lado y afuera,
que te excluye dentro,
que te encierra afuera.
Su presencia no es reveladora
sino opaca,
siniestra,
irrepresentable.
¡Es el goce, estúpido!
Lo real de Lacan,
horizonte de una experiencia,
la del psicoanálisis,
hecha de semblantes
con los que cernir un real singular
fuera de los semblantes.
Aporía con salida querido Zenón
Rosa López,
Psicoanalista en Madrid.
rosamarialopezs@telefonica.net