“El deseo es el motor que hincha sus velas, aunque no siempre los lleva adonde creían estar yendo”1

Cuando leí por primera vez Amor sin fin,2 de Scott Spencer, se me impuso una pregunta que se han hecho también en abril de este año numerosos periodistas y críticos literarios, al publicarse por fin su traducción en España. ¿Cómo es posible que no conociéramos ya a este escritor de catorce novelas con una prosa precisa y de una musicalidad magnífica? ¿Qué sucedió para que ninguna de sus obras fuera traducida a pesar de su gran difusión internacional, (de Amor sin fin se vendieron dos millones de ejemplares en el mundo e inspiró dos películas de Hollywood)? No menor fue el reconocimiento de muchos de sus colegas. La escritora Lorrie Moore dijo cuando lo conoció: “En mi vida como lectora y escritora, no me sucedió nada más afortunado”3. Y Joyce Carol Oates, escribió “Ninguna descripción puede hacer justicia a la prosa de Scott Spencer, siempre profunda, brillante, sorprendente.”
Miriam Chorne.: Mi interés por su novela, de la que se ha dicho que es uno de los mejores relatos sobre el amor juvenil -fascinante y sensual, pero también salvaje y triste- y el hecho de que El malestar en la cultura4 fuera para usted una referencia esencial, me hizo querer entrevistarlo para el Boletín Decires, la publicación on-line de las próximas XXII Jornadas de la Escuela Lacaniana de Psicoanálisis dedicadas al tema “Lo que hablar quiere decir”.
Amor sin fin cuenta la historia de David Axelrod y su abrumadora pasión por Jade Butterfield. Un escritor italiano le preguntó si el sentimiento de David hacia Jade era amor verdadero o se trataba más bien de un amor tóxico, usted respondió sencillamente, (both), ambos.
Freud entendió de la misma manera la naturaleza del amor, su chifladura. Habló también del carácter ambivalente del amor. Lacan incluso inventó un nuevo nombre, un neologismo, para acentuar el componente hostil presente en cualquier amor, hainamoration, que el francés permite. Poniendo por delante la haine, el odio, que suena parecido en francés, al comienzo de (én)amoration.
¿No es el amor en cierto sentido siempre una locura? ¿No incluye cada vez la hostilidad hacia el objeto amoroso? Y sin embargo es un sentimiento a la vez necesario y que deseamos. Por otra parte, ¿no es David un personaje para el cual lo que son rasgos de estructura del amor se intensifican -su obsesión, su unilateralidad, la idealización de Jade, que usted muestra que no es alguien particularmente excepcional? Incluso ¿no hay -y no quiero hacer un spoiler- una repetición del efecto de su inicial pasaje al acto en el encuentro con el padre de Jade que mostraría la continuación de la misma lucha interior?
Scott Spencer: Antes de nada, quiero agradecerle sus comentarios y sus preguntas, así como la atenta lectura que ha hecho de mi novela. Su comprensión profesional y terapéutica de la conducta humana utiliza un lenguaje diferente del lenguaje de las novelas, así que permítame decirle en primer lugar que yo no mezclaría las palabras amor y odio como ha hecho Lacan -la dificultad de manejo y la falta de musicalidad de la palabra hainamoration nos advierte de que se trata de una construcción difícil, incómoda. Se piensa que el amor en su forma idealizada es puro y ennoblecedor, y cuando percibimos -y admitimos- que hay otras emociones que penetran o ensombrecen nuestros supuestos sentimientos de amor podemos sobresaltarnos y cuestionarnos a nosotros mismos y el fundamento de nuestros vínculos más profundos. Pero la lucha por adoptar una visión adulta de nuestras vidas y de nuestro mundo significa nuestra aceptación de un yo y un mundo en los que no hay absolutos. Todo en nuestra vida emocional está mezclado, igual que todo en el universo físico contiene más de una cosa.
M.Ch.: Cuando Lorrie Moore lo entrevistó, le preguntó si en la lucha que empuja a sus personajes entraba en juego una suerte de castigo -casi bíblico lo caracterizó- por haber deseado mal.
Usted respondió que no creía que hubieran deseado cosas malas; en realidad lo que a usted le interesaba era mostrar “el deseo como motor que anima a los personajes y los lleva a una confrontación consigo mismos. Lo que es deseado es secundario.”5, podría ser “incluso el deseo de deseo.”6
Y añadía de una manera muy bella: “El deseo es el viento que hincha sus velas, aunque no siempre los lleva en la dirección en que creían estar yendo”. En este aspecto el comienzo de Amor sin fin es magnífico. David imagina una escena, fantasea con recuperar el amor de Jade y la relación con su idealizada familia si realiza la acción heroica de rescatarlos de un peligro. No obstante, en un verdadero pasaje al acto provoca un incendio, que se le va de las manos. Destruye la casa y a la familia Butterfield. Destruye también su vida. Es un ejemplo perfecto de lo que usted señaló: “el deseo no siempre los lleva en la dirección en que creían estar yendo”.
¿El conflicto está en la confrontación con nosotros mismos, en esos impulsos irrazonables, nuestras pulsiones, que nos empujan más allá de lo que creemos estar haciendo y de lo que la gente con la que vivimos espera de nosotros, nos demanda?
S.S.: Es importante recordar que las dos personas que protagonizan Amor sin fin no son adultos. No es necesariamente un libro para adolescentes, pero sin duda trata de ese momento de la vida. Si el protagonista de mi novela -David Axelrod- fuera un hombre de treinta y tantos años, tendríamos una novela muy diferente.
Por supuesto, tiene toda la razón al ver que hay algo destructivo en el amor de David. ¿Pero es odio hacia el objeto de su deseo? ¿O se parece más a lo que ocurre en la psique de un niño que teme perder a la persona que le cuida y protege? Esta necesidad, si se ve amenazada o frustrada, puede conducir a una especie de rabia ciega, pero lo que se detesta no es la persona. Lo que se aborrece es la amenaza de perder a la persona.
Lo que creo que hace que la historia de David -y su voz cuando describe sus emociones- sea convincente es que su apego (si se me permite pasar de Lacan a Freud) es casi edípico en su necesidad. Rara vez piensa en lo que Jade quiere hacer con su vida, o en quién es en realidad cuando no está con él. Ella es su realidad más vívida: sin ella, el mundo es un lugar gris e indiferente. Ella es su sustento y sin ella teme morir. Cuando finalmente se reencuentran en esa larga secuencia erótica, él come, devora su cuerpo como si estuviera desfalleciendo de hambre, incluso bebe con felicidad su sangre menstrual.
Podría decirse que todo es muy oscuro, salvo que no lo es. Porque, al igual que un niño pequeño, un bebé, él también le proporciona placer. Y para Jade seguirá siendo, siempre, el gran amor de su vida. Como escribió el poeta y artista William Blake: “El camino del exceso conduce al palacio de la sabiduría”. Se podría argumentar que las leyes de la sociedad y las costumbres de la cultura están ahí para protegernos de la intensidad de nuestros instintos más profundos -sí, volvemos al Malestar en la cultura. Pero cuando quemamos esas leyes y costumbres tenemos la oportunidad de vivir con más intensidad de la que tendríamos viviendo una vida normal. Sin embargo, estas incursiones fuera de la normalidad deben ser cuidadosas, juiciosas: podemos visitar los rincones más oscuros, las cumbres más azotadas por el viento, pero no estamos hechos para vivir allí.
Una cosa más sobre la fijación edípica de David. Hace tiempo que rechazó a su madre -sombría, decepcionada, evasiva- y por eso su necesidad de cariño se aleja de su propia familia, y se dirige a la casa de los Butterfield, primero hacia Jade, y luego hacia Ann, la madre de Jade.
M.Ch.: Me interesaron mucho sus comentarios sobre Lolita de Vladimir Nabokov, y más allá del interés que me despertaron sus críticas a la versión más habitual de Humbert Humbert como un pedófilo o de Lolita como una joven seductora -seguramente ayudó a esta visión del personaje la película de Kubrick- me interesó su manera de hablar de la forma narrativa de Lolita. Al igual que en su Amor sin fin, en Lolita los personajes son descriptos por un narrador en primera persona, es un narrador no fiable, cuya versión no podemos creer enteramente.
En estos casos se ilumina la relación entre lo dicho y la verdad, la narración desde la cárcel de Humbert Humbert, por ejemplo, podemos suponer que además de interesada es un relato en el que Humbert resulta opaco para sí mismo. Él no es sólo un enigma para los otros sino seguramente también para él.
Hay pues una diferencia entre lo dicho, en este caso lo escrito, y el decir, que cada lector, en este caso, podrá llegar a descubrir entrelíneas.
¿Es esta condición singular propia de este tipo de narradores o es la condena para cada uno de los sujetos hablantes? ¿A qué atribuye esta condición?
S.S.: En cuanto a que David sea un narrador poco fiable, yo diría que no lo es. El lector perspicaz puede entender cosas de él que él mismo no entiende. Pero está contando esta historia lo mejor que puede. Puede ser, aquí y allá, obtuso en cuanto a la vida interior de los demás, pero es exquisitamente consciente de su propio deseo. Por último -y aquí es donde más se parece a Humbert Humbert, el narrador de Lolita-, está dispuesto a afrontar las consecuencias de sus actos, y en ningún momento siente la tentación de encontrar una salida fácil. Y, por supuesto, como escritor, uno quiere alejar al lector del impulso de culpar y castigar. Muchos lectores se han sentido identificados con él y, si les creemos, han llorado de verdad por él. Sí, es un pirómano, sí, es un acosador, sí, es en cierto modo responsable de ese horrible accidente en Nueva York y, sin embargo, muchos lectores pueden abrazarlo, perdonarlo e incluso identificarse con él. Es un buen recordatorio de que incluso aquellos que viven a la luz de un yo adulto razonable y maduro, habitan también en las muchas sombras que arroja.
Miriam L. Chorne
Notas:
- Moore L., Entrevista que le hizo Lorrie Moore, abril 1999, para Bomb Magazine 67. ↑
- Spencer S., Amor sin fin, Muñeca Infinita, Madrid, 2023. ↑
- Moore L., Entrevista, op, cit. ↑
- Freud S., Obras Completas, Tomo III, Biblioteca Nueva, Madrid, 1981. ↑
- Moore L., Entrevista, op. cit. ↑
- Ibid. ↑