La otra escena del huerto (de Emerson)
Cuando se me invitó a participar en una mesa actividad de las próximas Jornadas de la ELP acepté con titubeos porque, aunque agradecía la invitación, no tenía nada claro qué podría decir o cómo decirlo. Con estas expectativas, aunque lo más sensato hubiera sido buscar orientación entre los textos que se publican en el Boletín de las Jornadas, me sumergí en la lectura de novelas.
Uno de estos libros fue “En el huerto de Emerson”1, de Luis Landero. En este libro el autor narra vivencias y recuerdos que enlaza con las lecturas de los libros que le han acompañado a lo largo de su vida. En uno de los capítulos del libro, Landero cuenta que, mientras impartía una charla a alumnos de bachiller, surgió, como un estallido, una palabra en el momento que no debía. Esa palabra dicha sin querer, ese tropezón, puso en evidencia su división subjetiva.
En este sentido, Lacan en “Posición del inconsciente” dice que “el significante juega y gana, si puede decirse, antes de que el sujeto se percate de ello, hasta el punto de que en el juego del Witz, del rasgo de ingenio, por ejemplo, sorprende al sujeto. Con su flash lo que ilumina es la división del sujeto consigo mismo”2.
El tropezón de Landero me hizo pensar en la posibilidad de escribir algo sobre el lapsus. Me pareció un bonito ejemplo de lo que en el texto de presentación de las jornadas se expresa como: “recuperar la sorpresa que anida en la emergencia del otro que habla en nosotros, de la experiencia de imposibilidad de hablar la palabra justa capaz de dar cuenta del malestar. Somos cuerpos enfermos de lenguaje y hablar significa tropezar con aquello que no se puede decir o con lo que se dice sin querer y siempre sin saber lo que se dice”3.
Los lapsus interesan y, aunque se pueden justificar, no por ello dejan de producir incomodidad porque en el lapsus se pone de manifiesto algo que no encaja.
Dice Freud en “Lecciones introductorias al psicoanálisis” que “la deformación en la que el lapsus consiste presenta su sentido propio. Esta afirmación implica que el efecto de la equivocación oral tiene, quizá un derecho a ser considerado como un acto psíquico completo, con su fin propio y, como una manifestación de contenido y significación peculiares. Hasta aquí hemos hablado siempre de actos fallidos: pero ahora nos parece ver que tales actos se presentan algunas veces como totalmente correctos, solo que sustituyendo a lo que esperábamos o nos proponíamos”4.
Del mismo modo, Lacan en 1953, en “Función y campo de la palabra”, sobre el acto fallido afirma que “es claro que todo acto fallido es un acto logrado, incluso bastante lindamente pulido, y que en el lapsus es la mordaza la que gira sobre la palabra y justo con el cuadrante que hace falta para que un buen entendedor encuentre lo que necesita”5.
Para Freud y para el Lacan de 1953 las formaciones del inconsciente, el sueño, el chiste, el acto fallido, el síntoma junto con el lapsus surgen como una verdad que pone de manifiesto un deseo inconsciente.
En 1964, Lacan “Posición del inconsciente” plantea que el inconsciente no es aquello que no es consciente para, a continuación, unir inconsciente y lenguaje: “el peso que damos al lenguaje como causa del sujeto nos obliga a precisar (…) que el inconsciente es lo que decimos”6. Más adelante expresa que: “No podemos por consiguiente dejar de incluir nuestro discurso sobre el inconsciente en la tesis misma que enuncia, que la presencia del inconsciente, por situarse en el lugar del Otro, ha de buscarse en la enunciación”7.
Doy un salto de pértiga y me traslado a la 1ª y 2ª lección del seminario de Miller “El ultimísimo Lacan”8. En estas clases Miller desmenuza el escrito de Lacan de 1976 “Prefacio a la edición inglesa del Seminario 11”. Miller explica que el cambio de perspectiva que supone la última enseñanza de Lacan conduce a colocar una doble barrera que indica el corte y la desconexión entre el significante del lapsus y el significante de la interpretación.
Para Miller la frase de Lacan en el Prefacio “Cuando el espacio de un lapsus ya no tiene ningún alcance de sentido (o interpretación), solo entonces uno está seguro de estar en el inconsciente”, enuncia la disyunción entre inconsciente e interpretación, disyunción que le lleva a diferenciar el inconsciente transferencial e inconsciente real.
Miller se pregunta si el inconsciente está del lado de la verdad o si está del lado de lo real y responde que no se trata de una alternativa “porque hay inconsciente e inconsciente y hacer surgir el inconsciente en tanto real nos lleva a diferenciarlo del inconsciente en tanto transferencial. Pero el lapsus y el acto fallido permiten asociar los términos verdad e inconsciente. De hecho así lo entiende Lacan desde Freud. El lapsus y el acto fallido son tomados como confesiones de una verdad” (…) Pero si ajustamos un poco las cosas, podemos decir que cuando ocurre un lapsus resulta y, no solamente en la experiencia analítica, un efecto de verdad. El término efecto disminuye el término verdad. Se trata de un efecto de verdad, nada más”9.
El lapsus de Landero
Landero dice “podría suponerse que al menos sé mucho o bastante de lengua y de literatura y de hacer novelas, pero yo creo que no”. Así el escritor expresa un malestar que él traduce en un sentimiento de impostura.
Nos cuenta que en sus clases y para animar a escribir a sus alumnos, les decía que tenían que escribir sobre lo concreto, sobre las contingencias personales, sobre las ciegas marcas de cada uno porque solamente en lo singular se puede encontrar lo nuevo.
El ejemplo que de forma recurrente utilizaba para hacer valer la importancia de lo concreto lo tomaba de Emerson porque la lectura, siendo adolescente, de los Ensayos escogidos le había deslumbrado. El ejemplo es este: “es seguro que habrá alrededor terrenos más grandes y fértiles, donde crecen lechugas mejores que las nuestras, pero nosotros tenemos que cultivar lo nuestro, el huerto que nos tocó en suerte, sin envidiar lo ajeno, conformes y alegres con nuestras lechugas, por pequeñas y pálidas que sean”.
El momento del lapsus
“Recuerdo una vez, como olvidarlo, fui a dar una charla a los muchachos de un instituto de Logroño, y al llegar a las lechugas, quizás avergonzado de pronto de repetir siempre lo mismo, siempre las malditas lechugas, o quizá porque en ese momento no recordaba la palabra “lechuga”, busqué una variante, y entonces apareció ante mí la palabra que yo no quería, la que me reclamaba y se me imponía fatalmente y que yo sabía que, por más que lo intentase, no podría evitar. Y, en efecto, en vez de decir lechugas, dije que hemos de aceptar con alegría nuestros nabos, por pequeños y pálidos que sean”.
“Tanto elevarse uno en el discurso, para venir a caer tan de repente de aquellas graves alturas románticas a la realidad más chusca y ridícula, como si lo particular y lo concreto hubieran querido darme una lección o un escarmiento”
Landero termina confesando que tiempo después cuando volvió al texto de Emerson descubrió que no decía nada de huerto ni de lechugas.
Inmaculada Erraiz,
Socia de la Sede de Bilbao
Notas:
- Landero L., En el huerto de Emerson, Maxi Tusquets, Barcelona, 2022. ↑
- Lacan J., Posición del inconsciente, Escritos 1, Siglo veintiuno, México, 1971, p. 819. ↑
- Larena P., Meyer C,. “Lo que hablar quiere decir” ↑
- Freud S., “Lecciones introductorias al psicoanálisis, Los actos fallidos”, Obras Completas, Biblioteca Nueva, Barcelona, p. 2138. ↑
- Lacan J., “Función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis”, Escritos 1, Siglo veintiuno, México,1971, p. 258. ↑
- Lacan J., “Posición del inconsciente”, Escritos 1, Siglo veintiuno, México, 1971, p.809. ↑
- Ibid., p. 813. ↑
- Miller J.-A., El ultimísimo Lacan, Paidós, 2012. ↑
- Ibid., p. 25. ↑