Los alaridos de Kurt Cobain

“Lo tengo todo, todo. Y lo aprecio, pero desde los siete años odio a la gente en general (…)
Sólo porque parece que a la gente le resulta fácil relacionarse y ser comprensiva”.

 

Extraigo estas frases de la última carta de Kurt Cobain antes de su suicidio. En ella con brutal ironía termina deseando a los otros amor, paz y comprensión. Esta última palabra, comprensión, también la pone entre exclamaciones en otro momento de la carta, que dedica con agradecimiento a la gente «desde lo más profundo de mi nauseabundo estómago».

Se sabe por sus diarios que padeció un fuerte dolor de tripa que no pudo ubicarse en un diagnóstico preciso y que él mismo trató con su adicción a sustancias. Se puede leer en redes que quizás Cobain padeció un Colón irritable, recibió litio y tratamientos cognitivo-conductuales; el recurso cientificista, no obstante, sólo parece redoblar la mortal ironía. Canciones como «You Know You’re Right», dan cuenta de un lamento va más allá del sentido.

En su carta, que dedica a su amigo imaginario de la infancia Boodah, Cobain dice que le hubiera gustado ser «un charlatán infantil castrado». Lacan en el Seminario 3 dijo que » el psicótico es un mártir del inconsciente». También que «Sorprenderse de que los suicidios sean más numerosos en primavera que en otoño, sólo puede basarse en ese espejismo inconsistente que se llama la relación de compresión».

Los gritos de Cobain, sus riffs secos y distorsionados, han dejado su sello para la historia del Grunge.

Refiriéndose a Schreber, Lacan diferenciará entre el fenómeno de alarido «puro significante» y el llamado de socorro, que «tiene una significación por elemental que sea».

Me pregunto por el tiempo necesario para hablar cuándo para un psicótico hay algo que quiere decir, cuando está perplejo frente al vacío de significación. Cómo psiquiatra he oído muchas veces como se da el alta de suicidas que supuestamente quieren llamar la atención y que terminan por matarse o vuelven a ingresar con pasajes al acto más efectivos. ¿Se podría haber hecho algo más por ellos?

La novela gráfica de Nicolás Otero: ¿Who killed Kurt Cobain?, arma una ficción sobre Boodah, amigo imaginario de la infancia del cantante al que dedicó su último escrito.

Lacan evoca para hablar del fenómeno alucinatorio a la marioneta “Cuando una marioneta habla, no habla ella sino quien está detrás (…) podemos decir que, para el sujeto, manifiestamente habla algo real”. No puedo olvidar el videoclip HYPERLINK”, donde el rictus de Cobain parece el de un muñeco. Habría que investigar más en profundidad para esclarecer si el líder de Nirvana padeció una psicosis alucinatoria crónica o el amigo imaginario se armaba por el lado de una fantasía, sin la invasión de fenómenos alucinatorios y elementales. Le diagnosticaron hiperactividad y trastorno de déficit de atención, por lo que desde muy temprana edad comenzó a tomar metilfenidato, en una entrevista para la revista Rolling Stone dijo: «Tengo un dolor crónico sin cura en el estómago y durante cinco años quise suicidarme todos los días”.

Por ejemplo, en el tema de Nirvana “Lithium” canta:

“Soy tan feliz/ porque hoy encontré a mis amigos / Están en mi cabeza”

Después continúa:

“Estoy tan solo, / pero está bien porque rapé mi cabeza. Y no estoy triste, solamente, quizá/ yo tengo la culpa de todo lo que he oído”

En esta culpabilidad fatal, a la que alude también en su carta de despedida, me impresiona que quizás hay un querer decir. El querer decir delirante, el S2 que el sujeto arma respecto de la perplejidad frente a lo que seguro padecía como insoportable dolor de estómago y quizás frente a las voces que encarnó en Boodah.

Considero que atender hoy, a los jóvenes que acuden a los servicios de urgencia con ideas suicidas, interpretando precipitadamente un llamado de atención, para darlos rápidamente el alta, es negligente. No es lo mismo el alarido que el llamado de socorro. Es preciso el tiempo para ubicar en gran parte de los casos, la fenomenología elemental que muchos padecen, antes de silenciar con psicofármacos un mínimo decir sobre ello que el sujeto pueda construir para restituir su mundo, a veces porque no, quizás por un tiempo no hay otra solución para el psicótico que hacer un delirio de culpa.

Creo que se trata de ocupar como clínico un lugar que permita al paciente articular un llamado de socorro, cuando se encuentra desbordado por un goce invasor. Ellos hablan de algo, los fenómenos, que los invaden y dejan perplejos, fenómenos que no quieren decir nada o lo quieren decir todo y los llevan al mutismo o a la verborrea. Poder armar un arreglo con eso requiere tiempo. Lo que hablar… quiere decir.

Mikel Arranz,
Socio de la sede de Bilbao,
mikelarranz@hotmail.com