¿Modificar el lenguaje erradica la maldad?

En la actualidad nos encontramos con el ideal del bienestar emocional que lleva a las familias y al discurso educativo al intento de borramiento del malestar para proteger a los niños de todo “daño psicológico”. Por otro lado el derecho a no “ser ofendido”, tomado del discursos woke1, se va ampliando creando una zona de indefinición entre ley y moralidad que “produce un extenso debate sobre la censura y la libertad de palabra”2.

En la etapa de educación infantil, a partir de una lectura literal y muy superficial de los cuentos tradicionales, se recomienda eliminarlos del repertorio o cambiarlos debido a que se supone que esconden discriminaciones, desigualdades, violencias y racismo y refuerzan el sistema binario machista.

Esta censura la encontramos también en los textos literarios. La editorial inglesa Puffin Books publicó en abril 2023 las obras de Roald Dahl (Los herederos de Dahl vendieron los derechos a Netflix por 500 millones de libras), reescribiendo párrafos enteros y eliminando palabras con el argumento de “acomodarse al lenguaje del S.XXI”. Contrataron a los llamados “lectores sensibles” para que “todo el mundo” pueda leer sus libros, sin herir sensibilidades. Esta lectura de lo políticamente correcto elimina el llamado lenguaje ofensivo, blanqueando y modificando las grotescas y divertidas descripciones del autor y dejando el texto aburrido y plano. Las brujas son calvas pero se especifica que “las mujeres pueden llevar peluca y que no hay nada de malo en ello”, no dicen “blanco de miedo”, ni el gigante puede llevar una “capa negra”, no se puede decir “atractiva Sra.” si no ”amable Sra.”, las brujas no pueden ser “simples cajeras de supermercado” sino “científicas de alto nivel”…, los Oompa Loompas pasan a ser del género neutro, no se puede decir “hombres pequeños, no más alto que mi rodilla” si no “personas pequeñas”. Se trata, entonces, de promover textos alternativos igualitarios3. Todo eso incita a alucinar un mundo sin diferencias, un mundo simétrico. Esas fórmulas “para todos”, que quieren promover el aprendizaje de los valores de la diversidad sexual y la igualdad de género, operan desde la negación y el borramiento de la dimensión pulsional y eso, como bien sabemos, siempre retorna en forma de síntoma en el cuerpo del niño.

Bajo estas premisas, se tiende a leer los textos en su literalidad, se eliminan los intermediarios simbólicos, dejando a los niños a merced de los goces sin límite y sin marco.

Una viñeta4

Un grupo de niños de 2 años, con la inquietud de esperar la comida, empezaron a pelearse y a gritarse “malo”. Entonces la educadora -que está de sustituta en esa escuela- interviene diciendo: “¿Sabéis? ¡Yo conozco un personaje muy malo!” Los niños se quedan en silencio y preguntan: “¿Quién es?, ¿está aquí?” La educadora les contesta: – “Es el lobo del cuento de ‘Los tres cerditos’, ¿queréis que os lo cuente?” En ese momento se creó una gran expectación y los niños escucharon atentos el relato. Se tranquilizaron, dejaron de increparse y empezaron a comer. Otra educadora, que estaba en el aula, le dijo sorprendida: “En esta escuela no tenemos ni contamos esos cuentos, pero ¡qué caras se les han quedado a los niños!”

Hace falta una educadora que se sienta concernida por la inquietud de los niños, y que se autorice a sostener un relato.

Vemos, entonces, cómo se dejan de contar cuentos con personajes devoradores y malos bajo ese discurso que apunta a la positividad. Se intenta ofrecer relatos que hablen de un mundo maquillado, corregido, donde la falta y lo imposible no tienen lugar, un mundo aséptico y aparentemente inocuo. Como dice Miller: “hemos dejado atrás la época del malestar para entrar decididamente en la del impasse”5. Hay un empuje al bienestar emocional, pero hacer desaparecer los personajes malos y modificar el lenguaje no erradicará la pulsión de muerte intrínseca en cada uno.

La literatura, como otras formas de transmisión cultural, “plantea preguntas, propone caminos, invita a perderse y a sorprenderse (…) Su función esencial, no es la de ofrecer respuestas ni la de “trabajar” temas o emociones concretas, si no la de ampliar el mundo imaginario y simbólico de los niños, sugiriendo formas diversas de pensar y representar el mundo. Además la primera literatura emana del cuerpo y la voz del adulto y se escribe en el cuerpo del niño a partir de las nanas, retahílas y juegos de regazo que conectan con la música de la lalengua que es la primera poesía. Cuando se pretende buscar los significados literales de todas esas canciones, rimas, juegos de lenguaje, perdemos la magia y la aportación ritual que nos dan esas “metáforas del habla cotidiana”, joyas del idioma, genuino placer y pura imaginación, estos refranes que son auténtica poesía”6.

Hay un esfuerzo por rechazar la diferencia, tal como lo plantea Lacan en el Seminario 177. Bajo esas fórmulas de la igualdad y la neutralidad ¿se está convocando a la segregación que se quiere evitar?

Nos encontramos frente a un forzamiento del lenguaje que empuja hacia una supuesta exactitud y corrección. Eso indica un rechazo también al inconsciente, como si fuera posible erradicar la maldad modificando el lenguaje.

 

Montse Colilles,
Socia de la sede de Barcelona de la CdC-ELP
montsecolillesc@gmail.com

 

Notas:

  1. “¿Qué es exactamente el movimiento Woke y de dónde proviene?” 
  2. Rueda F., Una sólida Ortodoxia”, El deseo trans, RBA, Barcelona 2022, p. 76.
  3. Guia de coeducació a les Escoles Bressol Municipals de la Diputación de Barcelona”.www.diba.cat  (XEM_coeducacio_EBM.pdf).
  4. Grupo de investigación “Los síntomas en la pequeña infancia”, nació el 2021 y que he coordinado hasta el 2023 junto con Oriana Novau, Leonora Troianovsky y Anna Tarrida en la antigua SCB del ICF.
  5. Miller J.-A., El Otro que no existe y sus comités de ética, Paidós, Buenos Aires 2005, p. 15.
  6. Córdova A., «Manuel Peña Muñoz. 40 años de recorrido literario por la poesía infantil de tradición oral«, en el blog: Linternas y bosques
  7. Lacan J., El Seminario, Libro XVII: El reverso del psicoanálisis, Buenos Aires, Paidós 1992, pp. 120-121.