Mujer síntoma, mujer ruido

“El sonido femenino resulta molesto tanto por considerar que la voz de la mujer es desagradable
como por el uso inadecuado que hace de ésta: usa su voz para decir lo que no debe ser dicho”1
Anne Carson

 

Se dice que se está frente a una verdadera cuestión cuando ésta plantea una forma particular de contradicción. Por lo mismo, al plantearle a Marie Bonaparte (Was will das Weib?) algo con lo que siempre tropezaba, Freud abría una vía en la que lo inconquistable por el sentido quedaba a su vez implícito. Y a partir de lo cual, más que buscar una respuesta, Lacan establecerá la lógica de los goces que desarrolló al final de su enseñanza.

Si Freud había inventado la práctica de una escucha inédita concerniente al síntoma, podríamos decir que lo que Lacan llamó goce femenino es el ruido del síntoma o, dicho de otra forma, ruido que es síntoma, resonancia de un vacío inasimilable en el discurso. Es a lo que está vinculada lalengua, pues si la lengua en la que el niño fue hablado sonó alguna vez, las huellas que esta dejó en su cuerpo no pueden más que re-sonar. También la lógica del no-todo propia de la sexualidad femenina pues, aunque una mujer participe de la mascarada fálica, al tener que arreglárselas con la función sin el apoyo del órgano,2 está más expuesta a algo que descompleta el sentido y, por tanto, a la «función fónica» del falo que produce los equívocos de lalengua. La poeta Anne Carson capta esto maravillosamente en su ensayo El género del sonido, en donde nos hace ver cómo el uso de la voz femenina en público solía estar asociado en la literatura clásica a algo fuera del discurso común, a algo loco y enigmático: “El peligroso ventrilocuismo de Helena (Odisea), el increíble balbuceo de Cassandra (Esquilo, Agamenon), los atemorizantes murmullos de Artemisa mientras va por el bosque (Himno de Homero a Afrodita) y el acechante gorjeo en la ninfa Eco (hija de Yambe en la leyenda ateniense), quien es descrita por Sófocles como ‘la niña sin puerta en la boca´ (Filoctetes)”3, son algunas de las manifestaciones que, a pesar de ser muy distintas entre sí, tienen algo que ciertamente las une: la incómoda alteridad que representaba para los antiguos griegos la presencia femenina. Como si ellos hubiesen entendido que la relación que cada mujer tenía con el sonido de la voz estaba muy próxima a algo imposible de articular y que ese imposible solo podía leerse bajo una forma ilusoria, en las entre líneas de la narrativa que implica la puesta en escena del mito.

Que para Lacan el goce femenino esté dentro de la función fálica es porque donde algo hace ruido está presente la dimensión fónica del falo, que él mismo recuerda en El sinthome como “función de fonación”4. Así, para que surja un nuevo sentido es necesario que la lengua de equívocos que es el inconsciente descomplete la totalidad que solemos atribuirle al lenguaje. Recuerdo con esto aquella anécdota en que Pasolini le pidió a un actor que dijera la misma frase (Buona notte) de veinte formas distintas, con una cantidad escandalosamente diferente de significados, evidenciando así que es la función fónica del significante por excelencia lo que permite que la voz pueda producir un resplandor de singularidad, un decir que haga excepción. Parafraseando a Heráclito: nunca te bañarás dos veces en el mismo tono. Es también la paradoja del poder de la palabra, pues si a esta se la despoja de su resonancia, del peso de su enunciación, lo único que queda es tan solo su función igualadora, la del blablablá adormecedor. Por lo mismo, cuanto más se rechaza el principio de excepción relacionado al nombre del padre, más forcluido queda también lo femenino5. Esto último se puede formular así: mientras más se intenta darle a la mujer un lugar en la Historia, ignorando lo que de cada una no se puede decir, más se la mal-dice y más resurge como síntoma que, no sin un coste, se rebela, se hace escuchar. En efecto, si el discurso tradicional solo podía tomar a la mujer como madre, el imperio actual de la cifra rechaza lo femenino a tal grado que, en pleno auge del feminismo y las políticas de igualdad, vemos además emerger con fuerza un fenómeno alarmante: el aumento incontrolable de asesinatos a mujeres. Se insiste en señalar al patriarcado como chivo expiatorio. O en decir que es consecuencia de la llamada violencia de género. Sin embargo y como lo señaló Eric Laurent6, desde el discurso analítico se sabe que estamos ante una violencia más fundamental: la violencia del rechazo de lo real que está en juego.

Sonido y sentido se enlazan en la medida en que el primero encierra un vacío que, paradójicamente, hace que las palabras pesen. Cuando la voz falla, es posible encontrar un resplandor de singularidad en la retórica del sujeto, algo que ex–siste anudado en la dimensión fónica que es lalangue. También la función de la poesía y el arte revelan este carácter resonante del lenguaje con el que opera el analista y que poco tiene que ver con el universo de la información al que hemos sido desterrados. De ahí que, en Finnegans Wake, Joyce jugara a sustituir el significante Dios por el de ruidoso, sonoro: “O Loud… heap miseries upon us yet entwine our arts with laughters low!”7. Y en su seminario Aún, Lacan nos recordará a aquella que, como Dios, no existe: la mujer. Como si la inexistencia de lo in-significante fuese la que es capaz de re-sonar. Uno a uno, ya que solo se puede escuchar en singular. De hecho, la expresión “me suena familiar” que usamos en tantos idiomas, tiene que ver precisamente con una resonancia que, más allá de cualquier identificación, nos remite a esa huella única e irrepetible a la que apunta la interpretación analítica: “hay algo de mí en eso que suena” podríamos decir también, un ruido previo a cualquier articulación, un real que es orientador.

 

Jazmín Rincón,
Participante de las actividades del Campo Freudiano de Madrid
jazars@icloud.com

 

Notas:

  1. Carson A., Cristal, ironía y Dios, Vaso Roto, Madrid, 2022, p. 279.
  2. Solano E., “Las mujeres, el amor y el goce enigmático”, Mujeres, una por una, Gredos, Barcelona, 2018, p. 124.
  3. Carson A., Cristal, ironía y Dios. Op. cit., p. 253.
  4. Lacan J., El seminario, libro 23, El Sinthome, Paidós, Buenos Aires, 2006, p. 125.
  5. Barros M., El sinthome desde una perspectiva freudiana, Grama ediciones, Buenos Aires, p. 118.
  6. Laurent E., Un psicoanalista, intérprete en la discordia de los discursos, Gredos, 2019, pág. 55.
  7. Joyce J., Finnegans Wake, Faber and Faber, Londres, 1975, p. 259.