Picasso : Extranjero de lalengua
Atravesamos una época con demasiados escenarios donde las políticas de mercado llevan al sujeto a perder, en gran medida, la capacidad de inventar más allá de lo calculable. Eso ha quedado en manos de algunos artistas y poetas. Es por esto que evocar a Picasso, a los 50 años de su muerte, en una reflexión por Lo que hablar quiere decir, nos parece necesario por lo que representa en tanto aviso para navegantes, a un no ceder a la homogeneidad a la que aspira la época, y sostener la apuesta por la singularidad que peligra. Ver más claramente, como señalara Heidegger, el peligro que habita la lengua de nuestra conversación que destruye continuamente la posibilidad de decir aquello de lo que hablamos.
Un homenaje al Picasso creador porque su obra es una construcción a partir de lo desconocido, no sólo la narración de lo visto a través del pincel y la pluma. Decimos pluma porque, aunque no de muchos conocido, Picasso también fue poeta, apeló a su decir sobre todo en los años 1935 y 1936 hasta el 1959, aunque sus poemas en su mayoría se darían a conocer en 1989 tras la edición que bajo el título de Ecrit realizó Gallimard. Y donde podemos apreciar que el Picasso poeta, como el Picasso pintor, no se reduce a una única modalidad de escritura. Son poemas en los que las palabras transitan a toda velocidad, como las «cosas» en sus cuadros. Picasso estuvo atento a la ambivalencia del lenguaje, jugó con el doble sentido así como con el juego de palabras, con las que experimenta, como en sus cuadros, como si fueran un jeroglífico. Como señala Roland Penrose en Picasso: «Después de todo, como le gustaba repetir, las artes se reducen a una sola: se puede escribir una pintura con palabras, del mismo modo que es posible pintar sensaciones con un poema»1.
Conjugó así una mirada sobre el mundo que desde su sustracción se volvió creencia en eso Otro que habla, con la potencia en ocasiones agobiante por traer lo real como una bofetada. Pero creyó en el deseo, que como Lacan señalara en su conferencia de Baltimore, tras su mirada sobre la ciudad al amanecer: nada de lo que se ve remite a una función clara de los sujetos que la habitan. Está lo que hay pero el sujeto desaparece, los objetos transitan junto a nosotros, vecinos del lugar, causando el deseo. Así hoy, que ya no se cree en casi nada que no sea transparente, evocar a un creyente es una alegría, un creyente de lo que la mirada esconde y el agujero de las palabras revela y puede transmutar con fuerza un proceso que toca el cuerpo para hacernos llegar eso inédito que atraviesa su obra y que avivó su deseo más allá de todos los lugares que habitó y de los cuerpos que deseó y amó, atravesar la unidad de lo bello. Viajero de sí supo arrancar la voz de la memoria y revelarla. Su luminosidad y su injusticia, su pureza y sus sombras, el dolor y la dicha, a través de una erótica del pincel y la palabra. Y donde su opinión de lo que organizaba los entresijos de la historia, tanto social como política de su época pudo transmitir con la finura de un escalpelo y una crudeza desprovista de oropeles. Picasso fue un inventor, un espíritu curioso y arriesgado, enemigo del dogmatismo donde en la entretela del andaluz habitaba un corredor de fondo que pudo hacer del mundo el sinsentido desde el que construir un nuevo mapa. Uno que tantos y tantos han intentado descifrar, analizar, criticar, interpretar, sentenciar…
Contrapunto de sus incursiones, el agujero del universo que le permitió crear un mosaico desde donde construir una obra rotunda, que erosiona, donde rescatar a la letra aquello que nombra eso que dice su propia manera de estar en la tierra. Vivir, gozar, sorprender, provocar, paso a paso hasta volverse huella.
María Navarro,
Psicoanalista en Málaga.
Foto: Lee Miller, fotografía de Picasso y Jaume Sabartés en La Californie, Canes, Francia, diciembre 1956. (© Lee Miller Archives, Inglaterra).
Bibliografía:
- Lacan J., “Conferencia de Baltimore”, El psicoanálisis, 30-31, ELP, Barcelona, 2017.
- Heidegger M., De camino al habla, Serbal, 2002.
- Gelonch Viladegut A.
Notas:
- Penrose R., Picasso, Flammarion, París, 1982. ↑